Wednesday, September 29, 2010

Proclamación de Basílica Menor en Jujuy (Argentina), un hecho a la vez de gracia, litúrgico y también jurídico





Con alegría la Feligresía jujeña recibió la designación

La iglesia San Francisco de nuestra ciudad fue proclamada Basílica ayer, en el marco de una cálida celebración eucarística presidida por el Nuncio Apostólico, monseñor Adriano Bernardini. La especial ceremonia contó con la plena participación de la feligresía de Jujuy que acompañó con devoción las instancias de un festejo histórico para nuestra provincia, dentro del templo y en los alrededores de la iglesia al aire libre. Además, formaron parte de la misa de proclamación los Arzobispos Monseñor Mario Cargnello, metropolitano de Salta y Monseñor Guillermo Garlatti, Arzobispo de Bahía Blanca los obispos de Jujuy, Marcelo Palentini, Aurelio Khün (ofm), Obispo Prelado de Dean Funes y Monseñor Francisco Focardi, Obispo de Camiri, en el sur de Bolivia. A ellos se sumaron alrededor de 70 sacerdotes pertenecientes a la Orden Franciscana y al Clero Secular, tanto de la Diócesis de Jujuy como de las diócesis vecinas.También estuvieron presentes el guardián del Convento de San Francisco, Juan José Nuñez, el vicegobernador Pedro Segura, el intendente capitalino Raúl Jorge, los ministros de Desarrollo Social, Liliana Domínguez y de Gobierno y Justicia, Julio Costas, que siguieron la ceremonia junto a otros funcionarios, religiosos, legisladores y representantes de la comunidad jujeña. La celebración, que contó con la actuación, como maestros de ceremonias, de liturgistas del arzobispado de Salta, se inició con el ingreso de todos los sacerdotes de la Diócesis de Jujuy, que se ubicaron en sitios especialmente destinados para ellos. La misa fue celebrada por monseñor Bernardini, representante pontificio encargado de leer el decreto, firmado el pasado 8 de octubre de 2008, por el cual el Papa Benedicto XVI proclama Basílica a nuestro templo franciscano y destaca la presencia de la Orden en la Diócesis, que se remonta a 1599.

ANUNCIO ACOMPAÑADO POR CAMPANAS

Una vez realizado el singular nombramiento, la alegría se manifestó por medio del cadencioso tañir de las campanas de nuestra templo -tarea que estuvo a cargo del Grupo Scout 575 “Sagrado Corazón de Jesús” del barrio Mariano Moreno, coordinado por Edmundo Jurado-. El sonido, mezclado con los aplausos de los presentes al encuentro, inundó de gozo nuestra Capital ante la extraordinaria distinción. Asimismo, el Ministerio de Música Coral de la Parroquia San Pedro y San Pablo, tuvo a su cargo el repertorio litúrgico que acompañó el desarrollo de la celebración. Luego fueron bendecidas, las tres insignias concedidas por la Santa Sede para demostrar visualmente que nuestro templo fue convertido en Basílica, las mismas son: “la umbella basilical”, una sombrilla a dos colores, escarlata y amarillo, “el tintinábulo”, un marco grande y dorado, con la imagen del patrono de la Basílica en el centro que posee una campanilla que tintinea (de ahí el nombre), y que suele tocarse para llamar a la gente en grandes solemnidades litúrgicas y “el escudo de armas”, para destacar la vinculación que la Basílica posee con la Santa Sede.Posteriormente dio inicio la liturgia de la palabra, a la que siguió la homilía, que en la oportunidad estuvo a cargo de monseñor Adriano Bernardini. En la ocasión, el Nuncio Apostólico destacó la importancia de un acontecimiento que colmó de alegría al pueblo de Jujuy. Después, durante la oración de los fieles, se elevaron varias plegarias a nuestro Señor pidiendo por las necesidades de todos. La liturgia eucarística, comenzó con la presentación de las ofrendas, instancia a cargo de un grupo de niños que ingresaron al templo bailando y ataviados con trajes de coyas. Así, los simpáticos pequeños, niños misioneros de escuela Santa Teresita, presentaron el pan y el vino ante el altar, acompañados por integrantes del grupo scout Sagrado Corazón de Jesús.Luego de la Consagración, los asistentes se acercaron a comulgar y con alegría se recibió a Jesús para demostrar una completa y visible comunión con la Iglesia.

AGRADECIMIENTOS

Antes de la bendición final, el superior del Convento San Francisco, P. Juan José Nuñez, agradeció la presencia de los invitados que llegaron desde distintos puntos de la provincia, del país y hasta de Bolivia, recordó a sus hermanos franciscanos que compartieron la historia del templo a lo largo del tiempo y manifestó su enorme satisfacción por la ansiada proclamación que implica el compromiso de “descubrir la luminosidad interior de nuestro templo, asumiendo el desafío de la evangelización en comunión”, destacando el lema de escudo de la Basílica San Francisco que dice: “Que el amor sea amado”, una frase que San Francisco proclamaba con insistencia y que quiere recordarnos la pasión de Cristo. También hizo uso de la palabra el Obispo de Jujuy Marcelo Palentini, agradeciendo a los presentes en nombre de la Diócesis y destacando el trabajo denodado de los franciscanos a los largo de sus 410 años de labor en Jujuy. “La provincia vive un día histórico que va marcando el camino de la evangelización impartido desde la Diócesis. Ser Basílica Menor significa un compromiso mayor para poder ser evangelizadores misioneros y a la vez, sentirnos más comprometidos en este trabajo que en definitiva, es llevar el mensaje hasta el último rincón de la sociedad’, remarcó. Asimismo, recordó que la congregación de los franciscanos ya cumplió “410 años de presencia” en la provincia y “ahora con mayor fuerza tenemos que hacer lo que nos pide la Iglesia a través del documento de Aparecida”. El obispo aludió al documento suscripto por prelados en una conferencia episcopal de Latinoamérica en la ciudad brasileña de Aparecida en el que impulsan la renovación de las acciones de la Iglesia y que fue enviado al Papa. Vale mencionar que las actividades en el marco del otorgamiento del titulo y la dignidad de Basílica a la iglesia San Francisco concluyeron con una velada de gala que estuvo a cargo de la orquesta y coro de los profesores Sergio Jurado e Isolada Sánchez de Bidondo. Otros representantes eclesiásticos que estuvieron presentes durante la ceremonia de nombramiento fueron fray Rafael, de San Salvador de Jujuy, el hermano Antonio Scanno del convento de esta ciudad. También hubo agradecimiento a los hermanos de la Toscana, Italia, de la arquidiócesis de Salta, de la diócesis de Morón, de la arquidiócesis de La Plata, de la diócesis de San Luís, de la diócesis de Santa Rosa de la Pampa, de la diócesis de Quilmes, los hermanos franciscanos de la provincia de San Francisco Solano, de la provincia de La Asunción, de la provincia de San Miguel Arcángel, (las tres provincias franciscanas), del hermano del Ministerio Provincial de Roma, fray Fabio Berti, quien arribó especialmente para participar de esta celebración, fray Marcelo Méndez, también de la provincia de Roma y miembros del Convento San Francisco de Salta;ray José Antonio Berni y Marcelo Antonio Cisneros. Homilía de la ceremoniaDurante la ceremonia, el Nuncio Apostólico, Adriano Bernardini, ofreció la siguiente homilía: Con mucho placer regreso por segunda vez a Jujuy, aceptando la invitación de los Padres Franciscanos en ocasión de honrar a esta Iglesia, dedicada a San Francisco, con el título de Basílica Menor.Con buenas razones la Congregación para el Culto Divino ha concedido, en nombre del Santo Padre, el título de Basílica a esta Iglesia: en efecto, está dotada de regio esplendor, es centro de espiritualidad para la comunidad católica de Jujuy y posee un tesoro espiritual y sagrado, dando culto ininterrumpido al Señor, a la Virgen y al Santo venerado en ella.Que el título de Basílica Menor sirva para reforzar estas características, sobre todo la de centro de espiritualidad, Que los fieles de Jujuy puedan decir con alegría y orgullo: Vamos a la Iglesia de San Francisco, porque allí podemos rezar y recibir la generosa asistencia espiritual de los Padres Franciscanos, dignos hijos de San Francisco y hermanos del Santo, del que hoy celebramos la fiesta: el gran santo Buenaventura.
REFLEXIONES SOBRE LA LITURGIA DE LA PALABRA

Las reflexiones que nos ofrece el Evangelio nos harán comprender la grandeza y el fundamento de la Iglesia Católica, tanto de la Universal como de la particular, la de ustedes, la de Jujuy, que con gozo vive hoy esta celebración.Analizando el trozo evangélico, inmediatamente notamos la continua repetición de un verbo, del verbo “decir”.Jesús quiere saber a través de los discípulos que dice la gente acerca de su identidad y luego les hace una pregunta más precisa: Ustedes, quien dicen que soy yo?. Pedro se adelanta para decir quien es Jesús para él: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” y reconoce así no solamente su mesianidad, sino también su divinidad.A esta altura del diálogo, es Jesús quien dice y le dice, bienaventurado a Pedro, porque ha escuchado una sugerencia, una revelación de lo alto. Porque se ha dejado decir.Y por último Jesús hace la afirmación más importante: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia”.Simón se convierte así en Pedro. Según la tradición bíblica, el cambio de un nombre indica una misión particular a cumplir, un cambio decisivo en la vida del individuo.Sobre este terreno rocoso Cristo construye su Iglesia, es decir el pueblo de la nueva alianza, la comunidad de aquellos que lo reconocen Señor, Hijo del Dios viviente.Esta construcción tiene características de solidez y es garantía contra todos los ataques de las “puertas de la muerte” y de las “puertas del mal”. De este modo la roca que sostiene la iglesia es directamente Cristo, pero esto no excluye la cooperación histórica de los hombres. Jesús es el fundador de la Iglesia, permanece siempre en medio de ella (Mt. 28, 15 - 20), pero al mismo tiempo elige al apóstol Pedro para que sea su colaborador y continuador.Si la Iglesia es después representada por un edificio, quiere decir que sobre todo debe tener una compaginación sólida, por todo el tiempo de su existencia. Para Mateo, Pedro tiene la función, más que concentradora, unificadora y sostenedora. Como el fundamento sostiene la casa, tiene compaginado el diverso material usado, la autoridad unifica, coordina las fuerzas que confluyen en la comunidad y hace un organismo operativo.En su vida terrena Cristo ha reunido a los apóstoles y a los fieles alrededor suyo y los ha tenido estrechados a su persona; sde el momento de su ascensión continúa desarrollando invisiblemente el mismo compromiso, pero se hace representar por Pedro.Agreguemos por último que la iglesia no es un edificio material, sino una reunión de fieles. Dándole un fundamento, Jesús no ha entendido dejar a sus seguidores solos y dispersos, sino que ha querido reunirlos en una comunidad organizada. Es necesario apoyarse en el fundamento para formar parte de la construcción.Como conclusión de estas reflexiones debemos decir que la iglesia, esta iglesia de Jujuy, hoy aquí reunida, si no está firmemente anclada en Pedro, en la personal del Obispo de Roma, del Romano Pontífice, y de los Apóstoles en la persona de los Obispos, de su Obispo,no puede tener el carisma de la iglesia de Cristo. Podemos decir que tenemos una verdadera iglesia católica, solamente si ésta está atravesada por una estrecha comunión de los Obispos con el Sumo Pontífice, de los sacerdotes con el propio obispo y de los fieles con sus pastores.

GANAR EL TÍTULO DE CRISTIANOS

Como parte práctica de estas reflexiones, permítanme ahora una pregunta. Jesús ha demandado a sus discípulos quién dice la gente que soy yo?. Y bien, ahora volcaría la pregunta: qué dice la gente que son los cristianos?
Muchas veces nos encontramos con individuos que se auto presentan: “sabe, yo soy un católico practicante”. O bien “Todos en nuestra familia somos practicantes”.“Practicante”, parece ser en algunos ambientes, la calificación decisiva para el cristiano. Pero nos preguntamos en seguida: “Prácticamente qué es?”. Normalmente se entienden las prácticas religiosas, la misa, los sacramentos, alguna limosna. Pero este es un significado muy restrictivo del vocablo.Para ser un verdadero cristiano interesa saber si; m allá de la práctica de la misa dominical, con el agregado de alguna oración y alguna observancia, practicamos la justicia, la fraternidad, el compartir los bienes, la hospitalidad, la sinceridad, el respeto por los otros, la transparencia en el obrar, la fidelidad, el perdón de las ofensas, el amor a los enemigos, el compromiso por la paz, el rechazo de toda forma de violencia, la tolerancia, el desinterés. Es necesario verificar si practicamos los preceptos del sermón de la montaña y las paradojas evangélicas.Solamente en este sentido muy amplio, el término “prácticamente” sirve para precisar la identidad del cristiano y para poder reconocerlo.Con frecuencia nos ilusionamos pensando que el título de cristiano lo hemos ganado una vez para siempre y no se puede poner más en discusión. Casi un diploma que está colgado en la pared y que atestigua cómo hemos superado los exámenes. En cambio ­No!, el título de cristiano debemos ganarlo, merecerlo día a día, como si fuese la primera vez.Y son los demás los que deben atribuírnoslo, poniendo en conexión nuestra vida y nuestra conducta con la persona y el mensaje de Cristo.El cristiano es adivinado a través de sus acciones, de sus elecciones, los valores por los cuales vive. Es descubierto a través de la conducta, las posiciones que toma, los ídolos que rechaza.En conclusión, la pertenencia a Cristo, a la Iglesia, no puede ser documentada simplemente a través de los registros del bautismo. Es documentada mediante una praxis de estilo evangélico.Que la Virgen María nos ayude a vivir nuestro bautismo y a aprovechar de todos los medios y gracias que su Hijo nos pone a disposición.A todo esto se agrega hoy este lugar de culto reforzado en su potencialidad como Basílica Menor. ­Aprovechemos!.Asi sea.“Un hecho trascendentepara todos los jujeños”En oportunidad de participar del acto en el cual se declaró Basílica Menor al Convento San Francisco, el Ministro de Gobierno y Justicia, Julio Héctor Costas, calificó la ceremonia como “un hecho trascendente que quedará registrado en la historia de la provincia de Jujuy, pero por sobre todas las cosas, significa un reconocimiento al edificio y a la vida franciscana y un desafío vinculado con la evangelización”.
Destacó que “el Poder Ejecutivo provincial no podía estar ausente en ese evento tan importante, acompañando a la comunidad” y consideró que “habrá un antes y un después de la Iglesia San Francisco, lo cual impone un motivo de reunión de la feligresía jujeña y de muchos turistas que visitan nuestra provincia”, expresó.Puntualizó que se continuará trabajando con el templo en el mantenimiento y restauración del mismo, a través de la Secretaria de Turismo y Cultura en forma permanente, “no solamente en ese convento, sino también en todas y cada una de las iglesias de la provincia, especialmente con algunos templos del norte que precisaban de mejoras y refacciones, los cuales durante el último tiempo fueron restauradas para brindarles mayor seguridad a quienes la visitan”, concluyó.
Introduccion Iglesia católica apostólica romana, denominación de la iglesia cristiana de mayor importancia e implantación en el mundo. En cuestiones de fe, sus componentes reconocen la autoridad suprema del obispo de Roma, el papa. La palabra católico (del griego katholikos, ‘universal’) se utiliza para designar a esta Iglesia desde su periodo más temprano, cuando era la única cristiana.

Gracias a una sucesión episcopal ininterrumpida desde san Pedro hasta nuestros días, la Iglesia católica apostólica romana se considera a sí misma la única heredera legítima de la misión que Jesucristo encomendó a los doce apóstoles así como de los poderes que les otorgó. Ha ejercido una profunda influencia en la cultura europea y en la difusión de los valores de ésta en otras culturas. Tiene gran importancia numérica en Europa y América Latina, aunque también es considerable su influencia en otras partes del mundo. Al comenzar el siglo XXI, contaba con 1.083 millones de seguidores (un 17% de la población mundial).

De acuerdo con la tradición cristiana primitiva, su unidad fundamental de organización es la diócesis, asignada a un obispo. La Iglesia católica está integrada por aproximadamente 1.800 diócesis y 500 archidiócesis, las cuales, en la actualidad, no son más que sedes más distinguidas sin la jurisdicción especial que mantenían antaño sobre los obispos cercanos. La iglesia más importante de una diócesis es la catedral, donde el obispo preside la misa y otras ceremonias. La catedral contiene la cátedra (del latín cathedra, ‘silla’) episcopal, desde donde el obispo predicaba a la comunidad en los primeros tiempos.

Aunque la Iglesia católica mantiene algunas doctrinas que la distinguen de otras iglesias cristianas, su característica más acusada es la amplitud y universalidad de su tradición doctrinal. La Iglesia católica fija sus orígenes en las primeras comunidades cristianas y no reconoce ninguna ruptura decisiva en su historia, con lo que se considera heredera de todo el legado teológico apostólico, patrístico, medieval y moderno. Aunque pueda parecer que esta universalidad doctrinal carece de coherencia interna, ayuda a legitimar el término “católico” (universal) que la Iglesia se atribuye incluso en cuestiones de doctrina. En principio la Iglesia no excluye ningún enfoque teológico y desde la encíclica Divino afflante spiritu (1943) de Pío XII ha reconocido de forma oficial los métodos modernos de exégesis en la interpretación de la Biblia. Su participación en el movimiento ecuménico desde el Concilio Vaticano II ha hecho que muchos católicos aprecien el punto de vista doctrinal incluso de los protestantes, que rompieron con la Iglesia en el siglo XVI.

Papa Benedicto XVI

V Encuentro Mundial de las Familias


Homilía que pronunció Benedicto XVI durante la misa de clausura del V Encuentro Mundial de las Familias, que celebró en la Ciudad de las Artes y de las Ciencias de Valencia, España.

Queridos hermanos y hermanas:


En esta Santa Misa que tengo la inmensa alegría de presidir, concelebrando con numerosos Hermanos en el episcopado y con un gran número de sacerdotes, doy gracias al Señor por todas las amadas familias que os habéis congregado aquí formando una multitud jubilosa, y también por tantas otras que, desde lejanas tierras, seguís esta celebración a través de la radio y la televisión. A todos deseo saludaros y expresaros mi gran afecto con un abrazo de paz.

Los testimonios de Ester y Pablo, que hemos escuchado antes en las lecturas, muestran cómo la familia está llamada a colaborar en la transmisión de la fe. Ester confiesa: "Mi padre me ha contado que tú, Señor, escogiste a Israel entre las naciones" (14,5). Pablo sigue la tradición de sus antepasados judíos dando culto a Dios con conciencia pura. Alaba la fe sincera de Timoteo y le recuerda "esa fe que tuvieron tu abuela Loide y tu madre Eunice, y que estoy seguro que tienes también tú" (2 Tm 1,5). En estos testimonios bíblicos la familia comprende no sólo a padres e hijos, sino también a los abuelos y antepasados. La familia se nos muestra así como una comunidad de generaciones y garante de un patrimonio de tradiciones.

Ningún hombre se ha dado el ser a sí mismo ni ha adquirido por sí solo los conocimientos elementales para la vida. Todos hemos recibido de otros la vida y las verdades básicas para la misma, y estamos llamados a alcanzar la perfección en relación y comunión amorosa con los demás. La familia, fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, expresa esta dimensión relacional, filial y comunitaria, y es el ámbito donde el hombre puede nacer con dignidad, crecer y desarrollarse de un modo integral.

Cuando un niño nace, a través de la relación con sus padres empieza a formar parte de una tradición familiar, que tiene raíces aún más antiguas. Con el don de la vida recibe todo un patrimonio de experiencia. A este respecto, los padres tienen el derecho y el deber inalienable de transmitirlo a los hijos: educarlos en el descubrimiento de su identidad, iniciarlos en la vida social, en el ejercicio responsable de su libertad moral y de su capacidad de amar a través de la experiencia de ser amados y, sobre todo, en el encuentro con Dios. Los hijos crecen y maduran humanamente en la medida en que acogen con confianza ese patrimonio y esa educación que van asumiendo progresivamente. De este modo son capaces de elaborar una síntesis personal entre lo recibido y lo nuevo, y que cada uno y cada generación está llamado a realizar.

En el origen de todo hombre y, por tanto, en toda paternidad y maternidad humana está presente Dios Creador. Por eso los esposos deben acoger al niño que les nace como hijo no sólo suyo, sino también de Dios, que lo ama por sí mismo y lo llama a la filiación divina. Más aún: toda generación, toda paternidad y maternidad, toda familia tiene su principio en Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

A Ester su padre le había trasmitido, con la memoria de sus antepasados y de su pueblo, la de un Dios del que todos proceden y al que todos están llamados a responder. La memoria de Dios Padre que ha elegido a su pueblo y que actúa en la historia para nuestra salvación. La memoria de este Padre ilumina la identidad más profunda de los hombres: de dónde venimos, quiénes somos y cuán grande es nuestra dignidad. Venimos ciertamente de nuestros padres y somos sus hijos, pero también venimos de Dios, que nos ha creado a su imagen y nos ha llamado a ser sus hijos. Por eso, en el origen de todo ser humano no existe el azar o la casualidad, sino un proyecto del amor de Dios. Es lo que nos ha revelado Jesucristo, verdadero Hijo de Dios y hombre perfecto. Él conocía de quién venía y de quién venimos todos: del amor de su Padre y Padre nuestro.

La fe no es, pues, una mera herencia cultural, sino una acción continua de la gracia de Dios que llama y de la libertad humana que puede o no adherirse a esa llamada. Aunque nadie responde por otro, sin embargo los padres cristianos están llamados a dar un testimonio creíble de su fe y esperanza cristiana. Han de procurar que la llamada de Dios y la Buena Nueva de Cristo lleguen a sus hijos con la mayor claridad y autenticidad.

Con el pasar de los años, este don de Dios que los padres han contribuido a poner ante los ojos de los pequeños necesitará también ser cultivado con sabiduría y dulzura, haciendo crecer en ellos la capacidad de discernimiento. De este modo, con el testimonio constante del amor conyugal de los padres, vivido e impregnado de la fe, y con el acompañamiento entrañable de la comunidad cristiana, se favorecerá que los hijos hagan suyo el don mismo de la fe, descubran con ella el sentido profundo de la propia existencia y se sientan gozosos y agradecidos por ello.

La familia cristiana transmite la fe cuando los padres enseñan a sus hijos a rezar y rezan con ellos (cf. Familiaris consortio, 60); cuando los acercan a los sacramentos y los van introduciendo en la vida de la Iglesia; cuando todos se reúnen para leer la Biblia, iluminando la vida familiar a la luz de la fe y alabando a Dios como Padre.

En la cultura actual se exalta muy a menudo la libertad del individuo concebido como sujeto autónomo, como si se hiciera él sólo y se bastara a sí mismo, al margen de su relación con los demás y ajeno a su responsabilidad ante ellos. Se intenta organizar la vida social sólo a partir de deseos subjetivos y mudables, sin referencia alguna a una verdad objetiva previa como son la dignidad de cada ser humano y sus deberes y derechos inalienables a cuyo servicio debe ponerse todo grupo social.

La Iglesia no cesa de recordar que la verdadera libertad del ser humano proviene de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. Por ello, la educación cristiana es educación de la libertad y para la libertad. "Nosotros hacemos el bien no como esclavos, que no son libres de obrar de otra manera, sino que lo hacemos porque tenemos personalmente la responsabilidad con respecto al mundo; porque amamos la verdad y el bien, porque amamos a Dios mismo y, por tanto, también a sus criaturas. Ésta es la libertad verdadera, a la que el Espíritu Santo quiere llevarnos" (Homilía en la vigilia de Pentecostés, L’Osservatore Romano, edic. lengua española, 9-6-2006, p. 6).

Jesucristo es el hombre perfecto, ejemplo de libertad filial, que nos enseña a comunicar a los demás su mismo amor: "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor" (Jn 15,9). A este respecto enseña el Concilio Vaticano II que "los esposos y padres cristianos, siguiendo su propio camino, deben apoyarse mutuamente en la gracia, con un amor fiel a lo largo de toda su vida, y educar en la enseñanza cristiana y en los valores evangélicos a sus hijos recibidos amorosamente de Dios. De esta manera ofrecen a todos el ejemplo de un amor incansable y generoso, construyen la fraternidad de amor y son testigos y colaboradores de la fecundidad de la Madre Iglesia como símbolo y participación de aquel amor con el que Cristo amó a su esposa y se entregó por ella" (Lumen gentium, 41).

La alegría amorosa con la que nuestros padres nos acogieron y acompañaron en los primeros pasos en este mundo es como un signo y prolongación sacramental del amor benevolente de Dios del que procedemos. La experiencia de ser acogidos y amados por Dios y por nuestros padres es la base firme que favorece siempre el crecimiento y desarrollo auténtico del hombre, que tanto nos ayuda a madurar en el camino hacia la verdad y el amor, y a salir de nosotros mismos para entrar en comunión con los demás y con Dios.

Para avanzar en ese camino de madurez humana, la Iglesia nos enseña a respetar y promover la maravillosa realidad del matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, que es, además, el origen de la familia. Por eso, reconocer y ayudar a esta institución es uno de los mayores servicios que se pueden prestar hoy día al bien común y al verdadero desarrollo de los hombres y de las sociedades, así como la mejor garantía para asegurar la dignidad, la igualdad y la verdadera libertad de la persona humana.

En este sentido, quiero destacar la importancia y el papel positivo que a favor del matrimonio y de la familia realizan las distintas asociaciones familiares eclesiales. Por eso, "deseo invitar a todos los cristianos a colaborar, cordial y valientemente con todos los hombres de buena voluntad, que viven su responsabilidad al servicio de la familia" (Familiaris consortio, 86), para que uniendo sus fuerzas y con una legítima pluralidad de iniciativas contribuyan a la promoción del verdadero bien de la familia en la sociedad actual.

Volvamos por un momento a la primera lectura de esta Misa, tomada del libro de Ester. La Iglesia orante ha visto en esta humilde reina, que intercede con todo su ser por su pueblo que sufre, un prefiguración de María, que su Hijo nos ha dado a todos nosotros como Madre; una prefiguración de la Madre, que protege con su amor a la familia de Dios que peregrina en este mundo. María es la imagen ejemplar de todas las madres, de su gran misión como guardianas de la vida, de su misión de enseñar el arte de vivir, el arte de amar.

La familia cristiana –padre, madre e hijos- está llamada, pues, a cumplir los objetivos señalados no como algo impuesto desde fuera, sino como un don de la gracia del sacramento del matrimonio infundida en los esposos. Si éstos permanecen abiertos al Espíritu y piden su ayuda, él no dejará de comunicarles el amor de Dios Padre manifestado y encarnado en Cristo. La presencia del Espíritu ayudará a los esposos a no perder de vista la fuente y medida de su amor y entrega, y a colaborar con él para reflejarlo y encarnarlo en todas las dimensiones de su vida. El Espíritu suscitará asimismo en ellos el anhelo del encuentro definitivo con Cristo en la casa de su Padre y Padre nuestro. Éste es el mensaje de esperanza que desde Valencia quiero lanzar a todas las familias del mundo. Amén.

Discurso de Benedicto XVI durante la vigilia del

V Encuentro Mundial de las Familias Sábado 8 de Julio 2006, Valencia, España


Amados hermanos y hermanas:

Siento un gran gozo al participar en este encuentro de oración, en el cual se quiere celebrar con gran alegría el don divino de la familia. Me siento muy cercano con la oración a todos los que han vivido recientemente el luto en esta ciudad, y con la esperanza en Cristo resucitado, que da aliento y luz aún en los momentos de mayor desgracia humana.

Unidos por la misma fe en Cristo, nos hemos congregado aquí, desde tantas partes del mundo, como una comunidad que agradece y da testimonio con júbilo de que el ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios para amar y que sólo se realiza plenamente a sí mismo cuando hace entrega sincera de sí a los demás. La familia es el ámbito privilegiado donde cada persona aprende a dar y recibir amor. Por eso la Iglesia manifiesta constantemente su solicitud pastoral por este espacio fundamental para la persona humana. Así lo enseña en su Magisterio: "Dios, que es amor y creó al hombre por amor, lo ha llamado a amar. Creando al hombre y a la mujer, los ha llamado en el Matrimonio a una íntima comunión de vida y amor entre ellos, «de manera que ya no son dos, sino una sola carne» (Mt 19, 6)" (Catecismo de la Iglesia Católica. Compendio, 337).

Ésta es la verdad que la Iglesia proclama sin cesar al mundo. Mi querido predecesor Juan Pablo II, decía que "El hombre se ha convertido en ‘imagen y semejanza’ de Dios, no sólo a través de la propia humanidad, sino también a través de la comunión de las personas que el varón y la mujer forman desde el principio. Se convierten en imagen de Dios, no tanto en el momento de la soledad, cuanto en el momento de la comunión" (Catequesis, 14-XI-1979). Por eso he confirmado la convocatoria de este V Encuentro Mundial de las Familias en España, y concretamente en Valencia, rica en sus tradiciones y orgullosa de la fe cristiana que se vive y cultiva en tantas familias.

La familia es una institución intermedia entre el individuo y la sociedad, y nada la puede suplir totalmente. Ella misma se apoya sobre todo en una profunda relación interpersonal entre el esposo y la esposa, sostenida por el afecto y comprensión mutua. Para ello recibe la abundante ayuda de Dios en el sacramento del matrimonio, que comporta verdadera vocación a la santidad. Ojalá que los hijos contemplen más los momentos de armonía y afecto de los padres, que no los de discordia o distanciamiento, pues el amor entre el padre y la madre ofrece a los hijos una gran seguridad y les enseña la belleza del amor fiel y duradero.

La familia es un bien necesario para los pueblos, un fundamento indispensable para la sociedad y un gran tesoro de los esposos durante toda su vida. Es un bien insustituible para los hijos, que han de ser fruto del amor, de la donación total y generosa de los padres. Proclamar la verdad integral de la familia, fundada en el matrimonio como Iglesia doméstica y santuario de la vida, es una gran responsabilidad de todos.

El padre y la madre se han dicho un "sí" total ante de Dios, lo cual constituye la base del sacramento que les une; asimismo, para que la relación interna de la familia sea completa, es necesario que digan también un "sí" de aceptación a sus hijos, a los que han engendrado o adoptado y que tienen su propia personalidad y carácter. Así, éstos irán creciendo en un clima de aceptación y amor, y es de desear que al alcanzar una madurez suficiente quieran dar a su vez un "sí" a quienes les han dado la vida.

Los desafíos de la sociedad actual, marcada por la dispersión que se genera sobre todo en el ámbito urbano, hacen necesario garantizar que las familias no estén solas. Un pequeño núcleo familiar puede encontrar obstáculos difíciles de superar si se encuentra aislado del resto de sus parientes y amistades. Por ello, la comunidad eclesial tiene la responsabilidad de ofrecer acompañamiento, estímulo y alimento espiritual que fortalezca la cohesión familiar, sobre todo en las pruebas o momentos críticos. En este sentido, es muy importante la labor de las parroquias, así como de las diversas asociaciones eclesiales, llamadas a colaborar como redes de apoyo y mano cercana de la Iglesia para el crecimiento de la familia en la fe.

Cristo ha revelado cuál es siempre la fuente suprema de la vida para todos y, por tanto, también para la familia: "Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que quien da la vida por sus amigos" (Jn 15,12-13). El amor de Dios mismo se ha derramado sobre nosotros en el bautismo. De ahí que las familias están llamadas a vivir esa calidad de amor, pues el Señor es quien se hace garante de que eso sea posible para nosotros a través del amor humano, sensible, afectuoso y misericordioso como el de Cristo.

Junto con la transmisión de la fe y del amor del Señor, una de las tareas más grandes de la familia es la de formar personas libres y responsables. Por ello los padres han de ir devolviendo a sus hijos la libertad, de la cual durante algún tiempo son tutores. Si éstos ven que sus padres -y en general los adultos que les rodean- viven la vida con alegría y entusiasmo, incluso a pesar de las dificultades, crecerá en ellos más fácilmente ese gozo profundo de vivir que les ayudará a superar con acierto los posibles obstáculos y contrariedades que conlleva la vida humana. Además, cuando la familia no se cierra en sí misma, los hijos van aprendiendo que toda persona es digna de ser amada, y que hay una fraternidad fundamental universal entre todos los seres humanos.

Este V Encuentro Mundial nos invita a reflexionar sobre un tema de particular importancia y que comporta una gran responsabilidad para nosotros: "La transmisión de la fe en la familia". Lo expresa muy bien el Catecismo de la Iglesia Católica: "Como una madre que enseña a sus hijos a hablar y con ello a comprender y comunicar, la Iglesia, nuestra Madre, nos enseña el lenguaje de la fe para introducirnos en la inteligencia y la vida de fe" (n. 171).

Como se simboliza en la liturgia del bautismo, con la entrega del cirio encendido, los padres son asociados al misterio de la nueva vida como hijos de Dios, que se recibe con las aguas bautismales.

Transmitir la fe a los hijos, con la ayuda de otras personas e instituciones como la parroquia, la escuela o las asociaciones católicas, es una responsabilidad que los padres no pueden olvidar, descuidar o delegar totalmente. "La familia cristiana es llamada Iglesia doméstica, porque manifiesta y realiza la naturaleza comunitaria y familiar de la Iglesia en cuanto familia de Dios. Cada miembro, según su propio papel, ejerce el sacerdocio bautismal, contribuyendo a hacer de la familia una comunidad de gracia y de oración, escuela de virtudes humanas y cristianas y lugar del primer anuncio de la fe a los hijos" (Catecismo de la Iglesia Católica. Compendio, 350). Y además: "Los padres, partícipes de la paternidad divina, son los primeros responsables de la educación de sus hijos y los primeros anunciadores de la fe. Tienen el deber de amar y de respetar a sus hijos como personas y como hijos de Dios... En especial, tienen la misión de educarlos en la fe cristiana" (ibíd., 460).

El lenguaje de la fe se aprende en los hogares donde esta fe crece y se fortalece a través de la oración y de la práctica cristiana. En la lectura del Deuteronomio hemos escuchado la oración repetida constantemente por el pueblo elegido, la Shema Israel, y que Jesús escucharía y repetiría en su hogar de Nazaret. Él mismo la recordaría durante su vida pública, como nos refiere el evangelio de Marcos (Mc 12,29). Ésta es la fe de la Iglesia que viene del amor de Dios, por medio de vuestras familias. Vivir la integridad de esta fe, en su maravillosa novedad, es un gran regalo. Pero en los momentos en que parece que se oculta el rostro de Dios, creer es difícil y cuesta un gran esfuerzo.

Este encuentro da nuevo aliento para seguir anunciando el Evangelio de la familia, reafirmar su vigencia e identidad basada en el matrimonio abierto al don generoso de la vida, y donde se acompaña a los hijos en su crecimiento corporal y espiritual. De este modo se contrarresta un hedonismo muy difundido, que banaliza las relaciones humanas y las vacía de su genuino valor y belleza. Promover los valores del matrimonio no impide gustar plenamente la felicidad que el hombre y la mujer encuentran en su amor mutuo. La fe y la ética cristiana, pues, no pretenden ahogar el amor, sino hacerlo más sano, fuerte y realmente libre. Para ello, el amor humano necesita ser purificado y madurar para ser plenamente humano y principio de una alegría verdadera y duradera (cf. Discurso en san Juan de Letrán, 5 junio 2006).

Invito, pues, a los gobernantes y legisladores a reflexionar sobre el bien evidente que los hogares en paz y en armonía aseguran al hombre, a la familia, centro neurálgico de la sociedad, como recuerda la Santa Sede en la Carta de los Derechos de la Familia. El objeto de las leyes es el bien integral del hombre, la respuesta a sus necesidades y aspiraciones. Esto es una ayuda notable a la sociedad, de la cual no se puede privar y para los pueblos es una salvaguarda y una purificación. Además, la familia es una escuela de humanización del hombre, para que crezca hasta hacerse verdaderamente hombre. En este sentido, la experiencia de ser amados por los padres lleva a los hijos a tener conciencia de su dignidad de hijos.

La criatura concebida ha de ser educada en la fe, amada y protegida. Los hijos, con el fundamental derecho a nacer y ser educados en la fe, tienen derecho a un hogar que tenga como modelo el de Nazaret y sean preservados de toda clase de insidias y amenazas.

Deseo referirme ahora a los abuelos, tan importantes en las familias. Yo soy el abuelo del mundo, hemos escuchado ahora. Ellos pueden ser -y son tantas veces- los garantes del afecto y la ternura que todo ser humano necesita dar y recibir. Ellos dan a los pequeños la perspectiva del tiempo, son memoria y riqueza de las familias. Ojalá que, bajo ningún concepto, sean excluidos del círculo familiar. Son un tesoro que no podemos arrebatarles a las nuevas generaciones, sobre todo cuando dan testimonio de fe ante la cercanía de la muerte.

Quiero ahora recitar una parte de la oración que habéis rezado pidiendo por el buen fruto de este Encuentro Mundial de las Familias:

Oh, Dios, que en la Sagrada Familia

nos dejaste un modelo perfecto de vida familiar

vivida en la fe y la obediencia a tu voluntad.

Ayúdanos a ser ejemplo de fe y amor a tus mandamientos.

Socórrenos en nuestra misión de transmitir la fe a nuestros hijos.

Abre su corazón para que crezca en ellos

la semilla de la fe que recibieron en el bautismo.

Fortalece la fe de nuestros jóvenes,

para que crezcan en el conocimiento de Jesús.

Aumenta el amor y la fidelidad en todos los matrimonios,

especialmente aquellos que pasan por momentos de sufrimiento o dificultad.

(. . .)

Unidos a José y María,

Te lo pedimos por Jesucristo tu Hijo, nuestro Señor. Amén.

LAS PARTES DE LA MISA

Instrucción general del Misal Romano

La Misa consta de dos partes, a saber, la Liturgia de la Palabra y la Liturgia Eucarística. Consta además de algunos ritos que inician y concluyen la celebración.

RITOS INICIALES

Los ritos que preceden a la Liturgia de la Palabra, es decir, la entrada, el saludo, el acto penitencial, el Señor, ten piedad, el Gloria y la colecta, tienen el carácter de exordio, de introducción y de preparación. La finalidad de ellos es hacer que los fieles reunidos en la unidad construyan la comunión y se dispongan debidamente a escuchar la Palabra de Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía.

Entrada

Estando el pueblo reunido, cuando avanza el sacerdote con el diácono y con los ministros, se da comienzo al canto de entrada. La finalidad de este canto es abrir la celebración, promover la unión de quienes se están congregados e introducir su espíritu en el misterio del tiempo litúrgico o de la festividad, así como acompañar la procesión del sacerdote y los ministros.

Saludo

Cuando llegan al presbiterio, el sacerdote, el diácono y los ministros saludan al altar con una inclinación profunda. Sin embargo, como signo de veneración, el sacerdote y el diácono besan el altar; y el sacerdote, según las circunstancias, inciensa la cruz y el altar. Concluido el canto de entrada, el sacerdote de pie, en la sede, se signa juntamente con toda la asamblea con la señal de la cruz; después, por medio del saludo, expresa a la comunidad reunida la presencia del Señor. Con este saludo y con la respuesta del pueblo se manifiesta el misterio de la Iglesia congregada.

Acto penitencial

Después el sacerdote invita al acto penitencial que, tras una breve pausa de silencio, se lleva a cabo por medio de la fórmula de la confesión general de toda la comunidad, y se concluye con la absolución del sacerdote que, no obstante, carece de la eficacia del sacramento de la Penitencia.

Señor, ten piedad

Después del acto penitencial, se tiene siempre el Señor, ten piedad, a no ser que quizás haya tenido lugar ya en el mismo acto penitencial.

Gloria

El Gloria es un himno antiquísimo y venerable con el que la Iglesia, congregada en el Espíritu Santo, glorifica a Dios Padre y glorifica y le suplica al Cordero.

Colecta

En seguida, el sacerdote invita al pueblo a orar, y todos, juntamente con el sacerdote, guardan un momento de silencio para hacerse conscientes de que están en la presencia de Dios y puedan formular en su espíritu sus deseos. Entonces el sacerdote dice la oración que suele llamarse «colecta» y por la cual se expresa el carácter de la celebración.

LITURGIA DE LA PALABRA

La parte principal de la Liturgia de la Palabra la constituyen las lecturas tomadas de la Sagrada Escritura, junto con los cánticos que se intercalan entre ellas; y la homilía, la profesión de fe y la oración universal u oración de los fieles, la desarrollan y la concluyen.

Lecturas bíblicas

Por las lecturas se prepara para los fieles la mesa de la Palabra de Dios y abren para ellos los tesoros de la Biblia. La lectura del Evangelio constituye la cumbre de la Liturgia de la Palabra. La Liturgia misma enseña que debe tributársele suma veneración, cuando la distingue entre las otras lecturas con especial honor, sea por parte del ministro delegado para anunciarlo y por la bendición o la oración con que se prepara; sea por parte de los fieles, que con sus aclamaciones reconocen y profesan la presencia de Cristo que les habla, y escuchan de pie la lectura misma; sea por los mismos signos de veneración que se tributan al Evangeliario.

Después de la primera lectura, sigue el salmo responsorial, que es parte integral de la Liturgia de la Palabra y en sí mismo tiene gran importancia litúrgica y pastoral, ya que favorece la meditación de la Palabra de Dios. Después de la lectura, que precede inmediatamente al Evangelio, se canta el Aleluya u otro canto determinado por las rúbricas, según lo pida el tiempo litúrgico. Esta aclamación constituye por sí misma un rito, o bien un acto, por el que la asamblea de los fieles acoge y saluda al Señor, quien le hablará en el Evangelio, y en la cual profesa su fe con el canto.

Homilía

La homilía es parte de la Liturgia y es muy recomendada, pues es necesaria para alimentar la vida cristiana. Conviene que sea una explicación o de algún aspecto de las lecturas de la Sagrada Escritura, o de otro texto del Ordinario, o del Propio de la Misa del día, teniendo en cuenta, sea el misterio que se celebra, sean las necesidades particulares de los oyentes. (Los domingos y las fiestas del precepto debe tenerse la homilía en todas las Misas que se celebran con asistencia del pueblo y no puede omitirse sin causa grave, por otra parte, se recomienda tenerla todos días especialmente en las ferias de Adviento, Cuaresma y durante el tiempo pascual, así como también en otras fiestas y ocasiones en que el pueblo acude numeroso a la Iglesia).

Profesión de fe

El Símbolo o Profesión de Fe, se orienta a que todo el pueblo reunido responda a la Palabra de Dios anunciada en las lecturas de la Sagrada Escritura y explicada por la homilía. Y para que sea proclamado como regla de fe, mediante una fórmula aprobada para el uso litúrgico, que recuerde, confiese y manifieste los grandes misterios de la fe, antes de comenzar su celebración en la Eucaristía.

Oración universal

En la oración universal, u oración de los fieles, el pueblo responde en cierto modo a la Palabra de Dios recibida en la fe y, ejercitando el oficio de su sacerdocio bautismal, ofrece súplicas a Dios por la salvación de todos.

LITURGIA EUCARÍSTICA

En la última Cena, Cristo instituyó el sacrificio y el banquete pascuales. Por estos misterios el sacrificio de la cruz se hace continuamente presente en la Iglesia, cuando el sacerdote, representando a Cristo Señor, realiza lo mismo que el Señor hizo y encomendó a sus discípulos que hicieran en memoria de Él. Cristo, pues, tomó el pan y el cáliz, dio gracias, partió el pan, y los dio a sus discípulos, diciendo: Tomad, comed, bebed; esto es mi Cuerpo; éste es el cáliz de mi Sangre. Haced esto en conmemoración mía. Por eso, la Iglesia ha ordenado toda la celebración de la Liturgia Eucarística con estas partes que responden a las palabras y a las acciones de Cristo, a saber:

1) En la preparación de los dones se llevan al altar el pan y el vino con agua, es decir, los mismos elementos que Cristo tomó en sus manos.

2) En la Plegaria Eucarística se dan gracias a Dios por toda la obra de la salvación y las ofrendas se convierten en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo.

3) Por la fracción del pan y por la Comunión, los fieles, aunque sean muchos, reciben de un único pan el Cuerpo, y de un único cáliz la Sangre del Señor, del mismo modo como los Apóstoles lo recibieron de las manos del mismo Cristo.

Preparación de los dones

Al comienzo de la Liturgia Eucarística se llevan al altar los dones que se convertirán en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo. En primer lugar se prepara el altar, o mesa del Señor, que es el centro de toda la Liturgia Eucarística, y en él se colocan el corporal, el purificador, el misal y el cáliz, cuando éste no se prepara en la credencia. En seguida se traen las ofrendas: el pan y el vino, que es laudable que sean presentados por los fieles. Cuando las ofrendas son traídas por los fieles, el sacerdote o el diácono las reciben en un lugar apropiado y son ellos quienes las llevan al altar. Aunque los fieles ya no traigan, de los suyos, el pan y el vino destinados para la liturgia, como se hacía antiguamente, sin embargo el rito de presentarlos conserva su fuerza y su significado espiritual.

Depositadas las ofrendas y concluidos los ritos que las acompañan, con la invitación a orar junto con el sacerdote, y con la oración sobre las ofrendas, se concluye la preparación de los dones y se prepara la Plegaria Eucarística.

Plegaria Eucarística

En este momento comienza el centro y la cumbre de toda la celebración, esto es, la Plegaria Eucarística, que ciertamente es una oración de acción de gracias y de santificación. La Plegaria Eucarística exige que todos la escuchen con reverencia y con silencio.

Los principales elementos de que consta la Plegaria Eucarística pueden distinguirse de esta manera:

a) Acción de gracias (que se expresa especialmente en el Prefacio), en la cual el sacerdote, en nombre de todo el pueblo santo, glorifica a Dios Padre y le da gracias por toda la obra de salvación o por algún aspecto particular de ella, de acuerdo con la índole del día, de la fiesta o del tiempo litúrgico.

b) Aclamación: con la cual toda la asamblea, uniéndose a los coros celestiales, canta el Santo. Esta aclamación, que es parte de la misma Plegaria Eucarística, es proclamada por todo el pueblo juntamente con el sacerdote.

c) Epíclesis: con la cual la Iglesia, por medio de invocaciones especiales, implora la fuerza del Espíritu Santo para que los dones ofrecidos por los hombres sean consagrados, es decir, se conviertan en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, y para que la víctima inmaculada que se va a recibir en la Comunión sirva para la salvación de quienes van a participar en ella.

d) Narración de la institución y consagración: por las palabras y por las acciones de Cristo se lleva a cabo el sacrificio que el mismo Cristo instituyó en la última Cena, cuando ofreció su Cuerpo y su Sangre bajo las especies de pan y vino, y los dio a los Apóstoles para que comieran y bebieran, dejándoles el mandato de perpetuar el mismo misterio.

e) Anámnesis: por la cual la Iglesia, al cumplir el mandato que recibió de Cristo por medio de los Apóstoles, realiza el memorial del mismo Cristo, renovando principalmente su bienaventurada pasión, su gloriosa resurrección y su ascensión al cielo.

f) Oblación: por la cual, en este mismo memorial, la Iglesia, principalmente la que se encuentra congregada aquí y ahora, ofrece al Padre en el Espíritu Santo la víctima inmaculada. La Iglesia, por su parte, pretende que los fieles, no sólo ofrezcan la víctima inmaculada, sino que también aprendan a ofrecerse a sí mismos, y día a día se perfeccionen, por la mediación de Cristo, en la unidad con Dios y entre ellos, para que finalmente, Dios sea todo en todos.

g) Intercesiones: por las cuales se expresa que la Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia, tanto con la del cielo, como con la de la tierra; y que la oblación se ofrece por ella misma y por todos sus miembros, vivos y difuntos, llamados a participar de la redención y de la salvación adquiridas por el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

h) Doxología final: por la cual se expresa la glorificación de Dios, que es afirmada y concluida con la aclamación Amén del pueblo.

Rito de la comunión

Puesto que la celebración eucarística es el banquete pascual, conviene que, según el mandato del Señor, su Cuerpo y su Sangre sean recibidos como alimento espiritual por los fieles debidamente dispuestos. A esto tienden la fracción y los demás ritos preparatorios, con los que los fieles son conducidos inmediatamente a la Comunión.

Oración del Señor

En la Oración del Señor se pide el pan de cada día, que para los cristianos indica principalmente el pan eucarístico, y se implora la purificación de los pecados, de modo que, en realidad, las cosas santas se den a los santos.

Rito de la paz

Sigue el rito de la paz, con el que la Iglesia implora la paz y la unidad para sí misma y para toda la familia humana, y con el que los fieles se expresan la comunión eclesial y la mutua caridad, antes de la comunión sacramental.

Fracción del Pan

El sacerdote parte el pan eucarístico, con la ayuda, si es del caso, del diácono o de un concelebrante. El gesto de la fracción del Pan realizado por Cristo en la Última Cena, que en el tiempo apostólico designó a toda la acción eucarística, significa que los fieles siendo muchos, en la Comunión de un solo Pan de vida, que es Cristo muerto y resucitado para la salvación del mundo, forman un solo cuerpo (1Co 10, 17).

Comunión

El sacerdote se prepara para recibir fructuosamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo con una oración en secreto. Los fieles hacen lo mismo orando en silencio. Después el sacerdote muestra a los fieles el Pan Eucarístico sobre la patena o sobre el cáliz y los invita al banquete de Cristo; además, juntamente con los fieles, pronuncia un acto de humildad, usando las palabras evangélicas prescritas.

Es muy de desear que los fieles, como está obligado a hacerlo también el mismo sacerdote, reciban el Cuerpo del Señor de las hostias consagradas en esa misma Misa, y en los casos previstos, participen del cáliz, para que aún por los signos aparezca mejor que la Comunión es una participación en el sacrificio que entonces mismo se está celebrando.

Mientras el sacerdote toma el Sacramento, se inicia el canto de Comunión, que debe expresar, por la unión de las voces, la unión espiritual de quienes comulgan, manifestar el gozo del corazón y esclarecer mejor la índole «comunitaria» de la procesión para recibir la Eucaristía.

Terminada la distribución de la Comunión, si resulta oportuno, el sacerdote y los fieles oran en silencio por algún intervalo de tiempo. Si se quiere, la asamblea entera también puede cantar un salmo u otro canto de alabanza o un himno.

Para terminar la súplica del pueblo de Dios y también para concluir todo el rito de la Comunión, el sacerdote dice la oración después de la Comunión, en la que se suplican los frutos del misterio celebrado.

RITO DE CONCLUSIÓN

Al rito de conclusión pertenecen:

a) Breves avisos, si fuere necesario.

b) El saludo y la bendición del sacerdote, que en algunos días y ocasiones se enriquece y se expresa con la oración sobre el pueblo o con otra fórmula más solemne.

c) La despedida del pueblo, por parte del diácono o del sacerdote, para que cada uno regrese a su bien obrar, alabando y bendiciendo a Dios.

d) El beso del altar por parte del sacerdote y del diácono y después la inclinación profunda al altar de parte del sacerdote, del diácono y de los demás ministros.


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Oh Virgen Maria, Madre de Dios y Madre también de los pecadores y especial Protectora de los que visten tu sagrado Escapulario, por lo que su Divina Majestad te engrandeció, escogiéndote para verdadera Madre suya, te suplico me alcances de tu querido Hijo, el perdón de mis pecados, la enmienda de mi vida, la salvación de mi alma, el remedio de mis necesidades, el consuelo de mis aflicciones y la gracia especial que te pido en esta Novena, si conviene para su mayor honra y gloria y bien de mi alma; que yo, Señora, para conseguirlo me valgo de vuestra intercesión poderosa.

Quisiera tener el espíritu de todos los ángeles, santos y justos a fin de poder alabarte dignamente y uniendo mi voz con sus afectos, te saludo una y mil veces diciendo: Tres Avemarías..

Virgen Santísima del Carmen, yo deseo que todos sin excepción, se cobijen bajo tu sombra protectora de tu Santo Escapulario y que todos estén unidos a Ti Madre Mía, por los estrechos y amorosos lazos de ésta tu querida insignia.

¡Oh Hermosura del Carmelo! Míranos postrados reverentes ante su sagrada imagen y concédenos benigna tu amorosa protección. Te encomiendo las necesidades de nuestro Santísimo Padre el Papa y la Iglesia Católica, nuestra Madre, así como las de mi nación y las de todo el mundo, las mías propias y las de mis parientes y amigos. Mira con ojos de compasión a tantos pobres pecadores, herejes y cismáticos, cómo ofenden a tu Divino Hijo y a tantos infieles cómo gimen en las tinieblas del paganismo.

Que todos se conviertan y te amen, Madre Mía, como yo deseo amarte ahora y por toda la eternidad. Amén.

Friday, September 17, 2010

Ordo Baptismi Parvulorum
Ceremonies Observed before coming to the Baptismal Font

1. The Catechetical Instruction

The priest, vested in surplice and violet stole, interrogates each candidate and the sponsors reply:

V. N., quid petis ab Ecclesia Dei?

R. Fidem.

V. Fides quid tibi praestat?

R. Vitam aeternam.

V. N., what dost thou ask of the Church of God?

R. Faith.

V. What doth faith bring thee to?

R. Life everlasting.

The priest then says to each child separately:

V. Si igitur vis ad vitam ingredi, serva mandata. Diliges Dominum Deum tuum ex toto corde tuo, et ex tota anima tua, et ex tota mente tua, et proximum tuum sicut teipsum.

V. If, therefore, thou wilt enter into life, keep the commandments. Thou shalt love the Lord thy God with thy whole heart, with thy whole soul, and with thy whole mind; and thy neighbor as thyself.

2. The First Exorcism

The priest then breathes three times on the face of the infant and says once (for each one separately):

V. Exi ab eo (ea), immunde spiritus, et da locum Spiritui Sancto Paraclito.

V. Depart from him (her), thou unclean spirit, and give place to the Holy Spirit, the Paraclete.

The priest then makes the sign of the cross with his thumb upon the forehead and upon the breast of the infants, saying (to each one separately):

V. Accipe signum crucis tam in fron+te, quam cor+de, sume fidem caelestium praeceptorum: et talis esto moribus, ut templum Dei iam esse possis.

V. Receive the sign of the Cross both upon the fore+head and also upon the heart; + take unto thyself the faith of the heavenly precepts, and be in thy manners such that thou mayest be the temple of God.

The following prayer is said in the plural for more than one:

V. Oremus:

Preces nostras, quaesumus, Domine, clementer exaudi; et hunc electum tuum (hanc electam tuam), N. crucis Dominicae impressione signatum (-am), perpetua virtute custodi; ut magnitudinis gloriae tuae rudimenta servans, per custodiam mandatorum, ad regenerationis gloriam pervenire mereatur (-antur). Per Christum Dominum nostrum. Amen.

V. Let us pray:

Mercifully hear our prayers, we beseech Thee, O Lord; and by Thy perpetual assistance keep this Thine elect, N, signed with the sign of the Lord's cross, so that, preserving this first experience of the greatness of Thy glory, he (she) may deserve, by keeping Thy commandments, to attain to the glory of regeneration. Through Christ our Lord. Amen.

Then laying his hand on the head of the infant (each one separately), the priest says (in the plural for more than one):

V. Oremus:

Omnipotens sempiterne Deus, Pater Domini nostri Iesu Christi, respice dignare super hunc famulum tuum (hanc famulam tuam), N, quem (quam) ad rudimenta fidei vocare dignatus es: omnem caecitatem cordi ab eo (ea) expelle: disrumpe omnes laqueos Satanae, quibus fuerat (-ant) colligatus (-a); aperi ei, Domine ianuam pietatis tuae imbutus (-a), omnium cupiditatum foetoribus careat (-ant), et ad suavem odorem praeceptorum tuorum laetus tibi in Ecclesia tua deserviat, et proficiat de die in diem Per eundem Christum Dominum nostrum. Amen.

V. Let us pray:

Almighty, everlasting God, Father of our Lord Jesus Christ, look graciously down upon this Thy servant, N., whom Thou hast graciously called unto the beginnings of the faith; drive out from him (her) all blindness of heart; break all the toils of Satan wherewith he (she) was held: open unto him (her), O lord, the gate of Thy loving kindness, that, being impressed with the sign of Thy wisdom, he (she) may be free from the foulness of all wicked desires, and in the sweet odor of Thy precepts may joyfully serve Thee in Thy Church, and grow in grace from day to day. Through the same Christ our Lord. Amen.

3. The Giving of the Salt

If blessed salt is not available, then the following is used to bless the salt first:

V. Exorcizo te, creatura salis, in nomine Dei + Patris omnipotentis, et in caritate Domini nostri Iesu + Christi, et in virtute Spiritus + Sancti. Exorcizo te per Deum + vivum, per Deum + verum, per Deum + sanctum, per Deum, + qui te ad tutelam humani generis procreavit, et populo venienti ad credulitatem per servos suos consecrari praecepit, ut in nomine sanctae Trinitatis efficiaris salutare sacramentum ad effugandum inimicum. Proinde rogamus te, Domine Deus noster, ut hanc creaturam salis sanctificando sancti+fices, et benedicendo bene+dicas, ut fiat omnibus accipientibus perfecta medicina, permanens in visceribus eorum, in nomine eiusdem Domini nostri Iesu Christi, qui venturus est iudicare vivos et mortuos, et saeculum per ignem.

R. Amen.

V. I exorcise thee, creature of salt, in the name of God the Father + almighty, in the love of our Lord Jesus + Christ, in the power of the Holy + Spirit. I exorcise thee by the living God +, by the true God, + by the holy God, + by God + who hath created thee for the preservation of mankind, and hath appointed thee to be consecrated by his servants for the people coming into the faith, that in the name of the Holy Trinity, thou mayest be made a salutary sacrament to drive away the enemy. Wherefore, we beseech Thee, O Lord our God, that sanctifying + Thou mayest sanctify this salt, and blessing + Thou mayest bless it, that it may become unto all who receive it a perfect medicine, abiding in their hearts, in the name of the same our Lord Jesus Christ, who shall come to judge the living and the dead, and the world by fire.

R. Amen.

The priest then puts a morsel of blessed salt upon the tongue of the infant, saying(to each separately if more than one):

V. N., accipe sal sapientiae: propitiatio sit tibi in vitam aeternam.

R. Amen.

V. N., Receive the salt of wisdom; let it be to thee a token of mercy unto everlasting life.

R. Amen.

The priest says:

V. Pax tecum.

R. Et cum spiritu tuo.

V. Oremus:

Deus patrum nostrorum, Deus universae conditor veritatis, te supplices exoramus, ut hunc famulum tuum (hanc famulam tuam) respicere digneris propitius, et hoc primum pabulum salis gustantem, non diutius esurire permittas, quo minus cibo expleatur caelesti, quatenus sit semper spiritu fervens, spe gaudens, tuo semper nomini serviens. Perduc eum (eam), Domine, quaesumus ad novae regenerationis lavacrum, ut cum fidelibus tuis promissionum tuarum aeterna praemia consequi mereatur. Per Christum Dominum nostrum.

R. Amen.

V. Peace be with thee

R. And with thy spirit.

V. Let us pray:

O God of our fathers, O God the Author of all truth, vouchsafe, we humbly beseech Thee, to look graciously down upon this Thy servant, N., and as he (she) tastes this first nutriment of salt, suffer him (her) no longer to hunger for want of heavenly food, to the end that he (she) may be always fervent in spirit, rejoicing in hope, always serving Thy name. Lead him (her), O Lord, we beseech Thee, to the laver of the new regeneration, that, together with Thy faithful, he may deserve to attain the everlasting rewards of Thy promises. Through Christ our Lord.

R. Amen.

4. The Second Exorcism

The priest continues, saying in the plural if there is more than one:

V. Exorcizo te, immunde spiritus, in nomine Patris + et Filii + et Spiritus + Sancti, ut exeas, et recedas ab hoc famulo (hac famula) Dei N.: ipse enim tibi imperat, maledicte damnate, qui pedibus super mare ambulavit, et Petro mergenti dexteram porrexit.

Ergo, maledicte diabole, recognosce sententiam tuam, et da honorem Deo vivo et vero, da honorem Iesu Christo Filio eius, et Spiritui Sancto, et recede ab hoc famulo (hac famula) Dei N, quia istum (-am) sibi Deus et Dominus noster Iesus Christus ad suam sanctam gratiam, et benedictionem, fontemque Baptismatis vocare dignatus est.

V. I exorcise thee, unclean spirit, in the name of the Father + and of the Son, + and of the Holy + Spirit, that thou goest out and depart from this servant of God, N. For He commands Thee, accursed one, Who walked upon the sea, and stretched out His right hand to Peter about to sink.

Therefore, accursed devil, acknowledge thy sentence, and give honor to the living and true God: give honor to Jesus Christ His Son, and to the Holy Spirit; and depart from this servant of God, N. because God and our Lord Jesus Christ hath vouchsafed to call him (her) to His holy grace and benediction and to the font of Baptism.

Then the priest, making the sign of the cross with his thumb on the forehead of the infant, (signing separately if there is more than one) says:

V. Et hoc signum sanctae Crucis, + quod nos fronti eius damus, tu, maledicte diabole, numquam audeas violare. Per eundem Christum Dominum nostrum.

R. Amen.

V. And this sign of the holy Cross, which we make upon his (her) forehead, do thou, accursed devil, never dare to violate. Through the same Christ our Lord.

R. Amen.

5. Prayer Over the Infant

The priest next lays his hand upon the infant's head (upon each one separately) and says (in the plural for more than one):

V. Oremus:

Aeternam, ac iustissimam pietatem tuam deprecor, Domine, sancte Pater omnipotens, aeterne Deus, auctor luminis et veritatis, super hunc famulum tuum (hanc famulam tuam) N, ut digneris eum (eam) illuminare lumine intelligentiae tuae: munda eum (eam), et sanctifica: da ei scientiam veram, ut, dignus (-a) gratia Baptismi tui effectus (-a), teneat (-ant) firmam spem, consilium rectum, doctrinam sanctam. Per Christum Dominum nostrum.

R. Amen.

V. Let us pray:

O Holy Lord, Father Almighty, Eternal God, Author of light and truth, I implore Thine everlasting and most just goodness upon this Thy servant N., that Thou wouldst vouchsafe to enlighten him (her) with the light of Thy wisdom: cleanse him (her) and sanctify him (her), give unto him (her) true knowledge; that, being made worthy of the grace of Thy Baptism, he (she) may hold firm hope, right counsel and holy doctrine. Through Christ our Lord.

R. Amen.

6. Admission into the Church

The priest then places the end of his stole on the infant (on the first if more than one, the others follow) and admits him into the Church, saying:

V. N., ingredere in templum Dei, ut habeas (-ant) partem cum Christo in vitam aeternam.

R. Amen.

V. N., enter thou into the temple of God, that thou mayest have part with Christ unto life everlasting.

R. Amen.

7. The Creed and the Lord's Prayer

Having entered the Church, the priest, while approaching the font, says in a loud voice (in Latin or in the vernacular, according to the circumstances) together with the sponsors:

Credo in Deum, Patrem omnipotentem, Creatorem caeli et terrae. Et in Iesum Christum, Filium eius unicum, Dominum nostrum: qui conceptus est de Spiritu Sancto, natus ex Maria Virgine, passus sub Pontio Pilato, crucifixus, mortuus, et sepultus: descendit ad inferos; tertia die resurrexit a mortuis; ascendit ad caelos; sedet ad dexteram Dei Patris omnipotentis; inde venturus est iudicare vivos et mortuos. Credo in Spiritum Sanctum, sanctam Ecclesiam catholicam, Sanctorum communionem, remissionem peccatorum, carnis resurrectionem, vitam aeternam. Amen.

Pater noster, qui es in caelis, sanctificetur nomen tuum. Adveniat regnum tuum. Fiat voluntas tua, sicut in caelo, et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie. Et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris. Et ne nos inducas in tentationem: sed libera nos a malo. Amen.

I BELIEVE in God, the Father almighty, Creator of heaven and earth. I believe in Jesus Christ, His only Son, our Lord. He was conceived by the power of the Holy Spirit and born of the Virgin Mary. He suffered under Pontius Pilate, was crucified, died, and was buried. He descended to the dead. On the third day He rose again. He ascended into heaven and sits at the right hand of God, the Father Almighty. From thence He shall come to judge the living and the dead. I believe in the Holy Spirit, the holy catholic Church, the communion of saints, the forgiveness of sins, the resurrection of the body, and the life everlasting. Amen.

Our Father, who art in heaven, hallowed be Thy name. Thy kingdom come. Thy will be done on earth as it is in heaven. Give us this day our daily bread. And forgive us our trespasses, as we forgive those who trespass against us. And lead us not into temptation: but deliver us from evil. Amen.

8. The Third Exorcism

Just before entering the baptistery, the priest says (in the plural for more than one):

V. Exorcizo te, omnis spiritus immunde, in nomine Dei + Patris omnipotentis, et in nomine Iesu + Christi Filii eius, Domini et Iudicis nostri, et in virtute Spiritus + Sancti, ut discedas ab hoc plasmate Dei N, quod Dominus noster ad templum sanctum suum vocare dignatus est, ut fiat templum Dei vivi, et Spiritus Sanctus habitet in eo. Per eundum Christum Dominum nostrum, qui venturus est iudicare vivos et mortuos, et saeculum per ignem.

R. Amen.

V. I exorcise thee, every unclean spirit, in the name of God the Father + Almighty, in the name of Jesus + Christ, His Son, our Lord and Judge, and in the power of the Holy + Spirit, that thou be depart from this creature of God N, which our Lord hath deigned to call unto His holy temple, that it may be made the temple of the living God, and that the Holy Spirit may dwell therein. Through the same Christ our Lord, who shall come to judge the living and the dead, and the world by fire

R. Amen.

Then the priest, wetting his right thumb with spittle from his mouth, and with it touching, in the form of a cross, first the right and then the left ear of the person to be baptized, say (separately for each person):

V. Ephpheta, quod est, Adaperire.

V. Ephpheta, that is to say, Be opened.

Touching the infant's nostril, the priest adds:

V. In odorem suavitatis.

V. For a savor of sweetness.

The priest then continues:

V. Tu autem effugare, diabole; appropinquabit enim iudicium Dei.

V. Be thou, devil, begone; for the judgment of God shall draw near.

Ceremonies at the Font

9. The Baptismal Vows

The priest now questions the person (or persons) to be baptized, by name, the godfather answering for the child.

V. N, abrenuntias Satanae?

R. Abrenuntio.

V. Et omnibus operibus eius?

R. Abrenuntio.

V. Et omnibus pompis eius?

R. Abrenuntio.

V. N, dost thou renounce Satan?

R. I do renounce him.

V. And all his works?

R. I do renounce him.

V. And all his pomps?

R. I do renounce him.

10. The First Anointing

The priest now dips his thumb into the Oil of Catechumens (O. S.) and anoints the person (or persons) to be baptized on the breast and between the shoulders, in the form of a cross, saying:

V. Ego te linio + oleo saluti,s in Christo Iesu Domino nostro, ut habeas vitam aeternam.

R. Amen.

V. I anoint thee + with the oil of salvation, in Christ Jesus our Lord, that thou mayest have life everlasting

R. Amen.

The priest now wipes his thumb and parts anointed with cotton, or some like material

11. The Profession of Faith and Request for Baptism

The priest now changes his violet stole for a white one, as a sign of joy that the person to be baptized is about to be freed from the thraldom of Satan. He then questions him (each one separately, if more than one) as to his faith and desire of Baptism, the sponsor replies for the infant:

V. N, credis in Deum Patrem omnipotentem, creatorem caeli et terram?

R. Credo.

V. Credis in Iesum Christum, Filium eius unicum, Dominum nostrum, natum, et passum?

R. Credo.

V. Credis et in Spiritum sanctum, sanctam Ecclesiam Catholicam, Sanctorum communionem, remissionem peccatorum, carnis resurrectionem, et vitam aeternam?

R. Credo.

V. N., vis baptizari?

R. Volo.

V. N, Dost thou believe in God, the Father Almighty, Creator of heaven and earth?

R. I do believe.

V. Dost thou believe in Jesus Christ, His only Son, our Lord, Who was born, and Who suffered for us?

R. I do believe.

V. Dost thou also believe in the Holy Spirit, the Holy Catholic Church, the communion of Saints, the remission of sins, the resurrection of the body, and the life everlasting?

R. I do believe.

V. N., wilt thou be baptized?

R. I will

12. The Baptism

The godfather or godmother now comes to the font holding the infant. If there are two sponsors, the godmother hold the infant, resting on her right arm, and the godfather places his right hand on or under the infant's shoulder.

The priest then takes the baptismal water in a small vessel or pitcher and pours it thrice on the head of the infant in the from of a cross. At the same time he utters the words, once only, distinctly and attentively, as follows:

V. N, ego te baptizo in nomine + Patris (fundit primo), et Filii, + (fundit secundo), et Spiritus + Sancti (fundit tertio).

V. N., I baptize thee in the name of the Father + (first pouring), and of the Son + (second pouring), and of the Holy + Spirit (third pouring)

The foregoing is repeat for the other candidates, if there is more than one. If there is a doubt whether the person has been already baptized, the following form is used:

V. N, si non es baptizatus (-a), ego te baptizo in nomine + Patris (fundit primo), et Filii, + (fundit secundo), et Spiritus + Sancti (fundit tertio).

V. N., If thou art not baptized, I baptize thee in the name of the Father + (first pouring), and of the Son + (second pouring), and of the Holy + Spirit (third pouring)

Ceremonies after the Baptism

13. The Second Anointing

The priest now dips his thumb in the Holy Chrism (S. C.) and anoints the person (or persons) just baptized on the crown of the head in the form of a cross, saying:

V. Deus omnipotens, Pater Domini nostri Iesu Christi, qui te regeneravit ex aqua et Spiritu Sancto, quique dedit tibi remissionem omnium peccatorum, ipse te + liniat Chrismate Salutis in eodem Christo Iesu Domino nostro in vitam aeternam.

R. Amen.

V. Pax tibi

R. Et cum spiritu tuo.

V. May the Almighty God, the Father of our Lord Jesus Christ, Who hath regenerated thee by water and the Holy Spirit, and who hath given thee the remission of all thy sins, may He Himself + anoint thee with the Chrism of Salvation, in the same Christ Jesus our Lord, unto life eternal.

R. Amen.

V. Peace be with thee.

R. And with thy spirit.

The priest then wipes his thumb and the part anointed with cotton or some like material.

14. The Giving of the Baptismal Robe

The priest now places on the head of each child a white linen cloth, saying:

V. Accipe vestem candidam, quam perferas immaculatam ante tribunalem Domini nostri Iesu Christi, ut habeas vitam aeternam.

R. Amen.

V. Receive this white garment, which mayest thou carry without stain before the judgment seat of our Lord Jesus Christ, that thou mayest have life everlasting

R. Amen.

15. The Lighted Taper

Afterwards the priest gives to each child, or its sponsor, a lighted candle, saying:

V. Accipe lampadem ardentem, et irreprehensibilis custodi Baptismum tuum: serva Dei mandata ut cum Dominus venerit ad nuptias, possis occurrere ei una cum omnibus Sanctis in aula caelesti, habeasque vitam aeternam, et vivas in saecula saeculorum.

R. Amen.

V. Receive this burning light, and keep thy Baptism so as to be without blame: keep the commandments of God, that when the Lord shall come to the nuptials, thou mayest meet Him together with all the Saints in the heavenly court, and mayest have eternal life and live for ever and ever.

R. Amen.

16. The Concluding Blessing

At the end, the priest says:

V. N., vade in pace, et Dominus sit tecum.

R. Amen.

V. N., go in peace, and the Lord be with thee.

R. Amen.