Friday, December 31, 2010

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1. CREDO DEL PUEBLO DE DIOS
profesión de fe del Papa Pablo VI [1]

1. Primera parte | 2. Segunda parte
PRIMERA PARTE

1. Creemos en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu.
2. Creemos que este Dios único es absolutamente uno.
3. Creemos en el Padre que engendra al Hijo desde toda la eternidad.
4. Creemos en nuestro Señor Jesucristo, que es el Hijo de Dios.
5. Creemos en el Espíritu Santo, que es Señor y da la vida.
6. Creemos que María es la Madre, siempre Virgen, del Verbo Encarnado, nuestro Dios y Salvador Jesucristo.
7. Creemos que en Adán todos pecaron.
8. Creemos que Nuestro Señor Jesucristo por el Sacrificio de la Cruz nos rescató del pecado original y de todos los pecados personales.
9. Creemos en un solo Bautismo, instituido por nuestro Señor Jesucristo para el perdón de los pecados.
10. Creemos en la Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica, edificada por Jesucristo sobre la piedra que es Pedro.

[Estampa antigua con la oración del Credo]

[Creemos en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Estampa antigua]1. Creemos en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Creador de las cosas visibles como es este mundo en el que transcurre nuestra vida pasajera, de las cosas invisibles como los espíritus puros que reciben también el nombre de ángeles(Cf. Dz. Sch., 3002) y Creador en cada hombre de un alma espiritual e inmortal.

2. Creemos que este Dios único es absolutamente uno en su esencia infinitamente santa al igual que en todas sus perfecciones, en su omnipotencia, en su ciencia infinita, en su providencia, en su voluntad y en su amor. "El es el que es", como lo ha revelado a Moisés (Cf. Ex., 3,14); y "El es Amor", como el apóstol Juan nos lo enseña (Cf. 1 Jn., 4,8); de forma que estos dos nombres, Ser y Amor, expresan inefablemente la misma Realidad divina de Aquél que ha querido darse a conocer a nosotros y que, "habitando en una luz inaccesible" (Cf. 1 Tim., 6,16) está en sí mismo por encima de todo nombre, de todas las cosas y de toda inteligencia creada. Solamente Dios nos puede dar ese conocimiento justo y pleno de sí mismo revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo, de cuya vida eterna estamos llamados por gracia a participar, aquí abajo en la oscuridad de la fe y más allá de la muerte en la luz eterna. Los mutuos vínculos que constituyen eternamente las Tres Personas, siendo cada una el solo y el mismo Ser divino, son la bienaventurada vida íntima del Dios tres veces santo, infinitamente superior a lo que podemos conocer con la capacidad humana (Cf. Dz. Sch. 804). Damos con todo gracias a la Bondad divina por el hecho de que gran número de creyentes puedan atestiguar juntamente con nosotros delante de los hombres la Unidad de Dios, aunque no conozcan el Misterio de la Santísima Trinidad.

3. Creemos en el Padre que engendra al Hijo desde toda la eternidad; en el Hijo, Verbo de Dios, que es eternamente engendrado; en el Espíritu Santo, Persona increada, que procede del Padre y del Hijo, como eterno Amor de ellos. De este modo en las Tres Personas divinas, "coaeternae sibi et coaequales" [eternas e iguales entre sí] (Cf. Dz. Sch., 75), sobreabundan y se consuman en la eminencia y la gloria, propias del Ser increado, la vida y la bienaventuranza de Dios perfectamente uno, y siempre "se debe venerar la Unidad en la Trinidad y [Se encarnó por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María y se hizo hombre. Estampa antigua]la Trinidad en la Unidad" (Cf. Dz. Sch., 75).

4. Creemos en nuestro Señor Jesucristo, que es el Hijo de Dios. El es el Verbo eterno, nacido del Padre antes de todos los siglos y consustancial al Padre, "homoousios to Patri" (Cf. Dz. Sch., 150), y por quien todo ha sido hecho. Se encarnó por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María y se hizo hombre: igual, por tanto, al Padre según la divinidad, e inferior al Padre según la humanidad (Cf. Dz. Sch., 76), y uno en sí mismo (no por una imposible confusión de las dos naturalezas, sino) por la unidad de la persona (Cf. Dz., Sch. 76).

Habitó entre nosotros, con plenitud de gracia y de verdad. Anunció e instauró el Reino de Dios y nos hizo conocer en El al Padre. Nos dio su mandamiento nuevo: amarnos los unos a los otros como El nos ha amado. Nos enseñó el camino de las Bienaventuranzas del Evangelio: la pobreza de espíritu, la mansedumbre, el dolor soportado con paciencia, la sed de justicia, la misericordia, la pureza de corazón, la voluntad de paz, la persecución soportada por la justicia. Padeció en tiempos de Poncio Pilato, como Cordero de Dios, que lleva sobre sí los pecados del mundo, y murió por nosotros en la cruz, salvándonos con su Sangre redentora. Fue sepultado y por su propio poder resucitó al tercer día, elevándonos por su Resurrección a la participación de la vida divina que es la vida de la gracia. Subió al cielo y vendrá de nuevo, esta vez con gloria, para juzgar a vivos y muertos, a cada uno según sus méritos: quienes correspondieron al Amor y a la Misericordia de Dios irán a !a vida eterna; quienes lo rechazaron hasta el fin, al fuego inextinguible. Y su Reino no tendrá fin.

5. Creemos en el Espíritu Santo, que es Señor y da la vida, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria. El nos ha hablado por los Profetas y ha sido enviado a nosotros por Cristo después de su Resurrección y su Ascensión al Padre; El ilumina, vivifica, protege y guía la Iglesia, purificando sus miembros si éstos no se sustraen a la gracia. Su acción, que penetra hasta lo más intimo del alma, tiene el poder de hacer al hombre capaz de corresponder a la llamada de Jesús: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto."

[Creemos que la Santísima Madre de Dios, Madre de la Iglesia, continúa en el cielo su misión maternal para con los miembros de Cristo. Estampa antigua]6. Creemos que María es la Madre, siempre Virgen, del Verbo Encarnado, nuestro Dios y Salvador Jesucristo (Cf. Dz. Sch., 251-252), y que por virtud de esta elección singular, Ella ha sido, en atención a los méritos de su Hijo, redimida de modo eminente (Cf. Lumen Gentium, 53), preservada de toda mancha de pecado original (Cf. Dz. Sch., 2803) y colmada del don de la gracia más que todas las demás criaturas (Cf. Lumen Gentium, 53). Asociada por un vínculo estrecho e indisoluble a los Misterios de la Encarnación y de la Redención(Cf. Lumen Gentium, 53, 58, 61), la Santísima Virgen, la Inmaculada, ha sido elevada al final de su vida terrena en cuerpo y alma a la gloria celestial (Cf. Dz. Sch., 3903) y configurada con su Hijo resucitado en la anticipación del destino futuro de todos los justos. Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia (Cf. Lumen Gentium, 53, 56, 61, 63; Pablo VI, "Aloc. en la clausura de la III Sección del Concilio Vat. II": AAS LVI (1964 1016); Exhort. Apost. "Signum Magnum", Introd.), continúa en el cielo su misión maternal para con los miembros de Cristo cooperando al nacimiento y al desarrollo de la vida divina en las almas de los redimidos (Cf. Lumen Gentium" 62; Pablo VI, Exhort. Apost. "Signum Magnum", P. 1, n. 1).

7. Creemos que en Adán todos pecaron, lo cual quiere decir que la falta original cometida por él hizo caer a la naturaleza humana, común a todos los hombres, en un estado en que experimenta las consecuencias de esta falta y que no es aquel en el que se hallaba la naturaleza al principio en nuestros padres, creados en santidad y justicia y en el que el hombre no conocía ni el mal ni la muerte. Esta naturaleza humana caída, despojada de la vestidura de la gracia, herida en sus propias fuerzas naturales y sometida al imperio de la muerte se transmite a todos los hombres y en este sentido todo hombre nace en pecado. Sostenemos, pues, con el Concilio de Trento [Creemos que Nuestro Señor Jesucristo por el Sacrificio de la Cruz nos rescató del pecado original y de todos los pecados personales. Estampa antigua]que el pecado original se transmite con la naturaleza humana "no por imitación, sino por propagación" y que por tanto "es propio de cada uno" (Cf. Dz. Sch., 1513).

8. Creemos que Nuestro Señor Jesucristo por el Sacrificio de la Cruz nos rescató del pecado original y de todos los pecados personales cometidos por cada uno de nosotros, de modo que, según afirma el Apóstol, "donde había abundado el pecado, sobreabundé la gracia" (Cf. Rom., 5,20).

9. Creemos en un solo Bautismo, instituido por nuestro Señor Jesucristo para el perdón de los pecados. El bautismo se debe administrar también a los niños que todavía no son culpables de pecados personales, para que, habiendo sido privados de la gracia sobrenatural, renazcan "del agua y del Espíritu Santo" a la vida divina en Cristo Jesús (Cf. Dz. Sch., 1514).

10. Creemos en la Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica, edificada por Jesucristo sobre la piedra que es Pedro. Ella es el Cuerpo Místico de Cristo, al mismo tiempo sociedad visible, instituida con organismos jerárquicos, y comunidad espiritual; la Iglesia terrestre, el Pueblo de Dios peregrino aquí abajo y la Iglesia colmada de bienes celestiales, el germen y las primicias del Reino de Dios, por el que se continúa a lo largo de la historia de la humanidad la obra y los dolores de la Redención y que tiende a su realización perfecta más allá del tiempo en la gloria (Cf. Lumen Gentium, 8 y 5). En el correr de los siglos, Jesús, el Señor, va Creemos en la Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica, edificada por Jesucristo sobre la piedra que es Pedro. Estampa antigua]formando su Iglesia por los sacramentos, que emanan de su Plenitud (Cf. Lumen Gentium, 7.11). Por ellos hace participar a sus miembros en los misterios de la Muerte y de la Resurrección de Cristo, en la gracia del Espíritu Santo, fuente de vida y de actividad (Cf. Sacrosanctum Concilium, 5,6; Lumen Gentium, 7, 12, 50). Ella es, pues, santa, aun albergando en su seno a los pecadores, porque no tiene otra vida que la de la gracia: es, viviendo esta vida, como sus miembros se santifican; y es, sustrayéndose a esta misma vida, como caen en el pecado y en los desórdenes que obstaculizan la irradiación de su santidad. Y es por esto que la Iglesia sufre y hace penitencia por tales faltas que ella tiene el poder de curar en sus hijos en virtud de la Sangre de Cristo y del Don del Espíritu Santo.

Heredera de las promesas divinas e hija de Abrahán según el Espíritu, por aquel Israel cuyas Escrituras guarda con amor y cuyos Patriarcas y Profetas venera: fundada sobre los Apóstoles y transmitiendo de generación en generación su palabra siempre viva y sus poderes de Pastores en el Sucesor de Pedro y los Obispos en comunión con él; asistida perennemente por el Espíritu Santo, tiene el encargo de guardar, enseñar, explicar y difundir la Verdad que Dios ha revelado de una manera todavía velada por los Profetas y plenamente por Cristo Jesús.

Continuar con la segunda parte >



1. Cumpliendo con el mandato de Cristo a Pedro, a saber, la de confirmar a sus hermanos en la fe (1 Tim. 6, 20), el sumo Pontífice Pablo VI pronunció el 30 de junio de 1968 una solemenme profesión de fe que explica y recoge el contenido del Credo o símbolo Niceno. Desde entonces el texto ha sido un excelente punto de referencia para discernir cual es la verdadera doctrina católica en tiempos de confusión. [Volver]

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Tuesday, December 28, 2010


The papal crown, a costly covering for the head, ornamented with precious stones and pearls, which is shaped like a bee-hive, has a small cross at its highest point, and is also equipped with three royal diadems. On account of the three diadems it is sometimes called triregnum. The tiara is a non-liturgical ornament, which, therefore, is only worn for non-liturgical ceremonies, ceremonial procession to church and back, ceremonial papal processions, such as took place upon stated occasions until Rome was occupied by the Piedmontese, and at solemn acts of jurisdiction, as, for example, solemn dogmatic decisions. The pope, like the bishops, wears a mitre at pontifical liturgical functions. The tiara is first mentioned in the "Vita" of Pope Constantine (708-715) contained in the "Liber Pontificalis". It is here called camelaucum; it is then mentioned in what is called the "Constitutum Constantini", the supposed donation of the Emperor Constantine, probably forged in the eighth century. Among the prerogatives assigned to the pope in this document there is especially a white ornament for the head called phrygium, which distinguished him; this naturally presupposes that, at the era the document was written, it was customary for the pope to wear such a head-covering. Three periods may be distinguished in the development of the tiara. The first period extends to the time when it was adorned with a royal circlet of diadem; in this period the papal ornament for the head was, as is clear from the "Constitutum Constantini" and from the ninth Ordo of Mabillon (ninth century), merely a helmet-like cap of white material. There may have been a trimming around the lower rim of the cap, but this had still in no way the character of a royal circlet. It is not positively known at which date the papal head-covering was adorned with such a circlet. At the time the Donation of Constantine appeared, that is in the eighth century, the papal head-covering had still no royal circlet, as is evident from the text of the document. In the ninth century also such circlet does not seem to have existed. It is true that the Ninth Ordo calls the papal cap regnum, but in the description that the Ordo gives of this cap we hear nothing at all of a crown, but merely that the regnum was a helmet-like cap made of white material. The monumental remains give no clue as to the period at which the papal head-covering became ornamented with a royal circlet. Up into the twelfth century the tiara was not only seldom represented in art, but is is also uncertain whether the ornamental strip on the lower edge is intended to represent merely a trimming or a diadem. This is especially true of the representation of the tiara on the coins of Sergius III (904-911) and Benedict VII (974-983), the only representations of the tenth century and also the earliest ones. Probably the papal head-covering received the circlet at the time when the mitre developed from the tiara, perhaps in the tenth century, in order to distinguish the mitre and tiara from each other. In any case the latter was provided with a circlet by about 1130, as is learned from a statement of Suger of St. Denis. The first proven appearance of the word tiara as the designation of the papal head-covering is in the life of Paschal II (1099-1118), in the "Liber Pontificalis".
The second period of the development of the tiara extends to the pontificate of Boniface VIII (1294-1303). There are a large number of representations of the tiara belonging to this period, and of these the Roman ones have naturally the most value. The diadem remained a simple although richly-ornamented ring up into the second half of the thirteenth century; it then became an antique or tooth-edged crown. The two lappets (caudæ) at the back of the tiara are first seen in the pictures and sculpture in the thirteenth century, but were undoubtedly customary before this. Strange to say they were black in color, as is evident both from the monumental remains and from the inventories, and this color was retained even into the fifteenth century. When the tiara is represented in sculpture and painting as a piece of braiding, this seems to arise from the fact that in the thirteenth century the tiara was made of strips braided together. Of much importance for the tiara was the third period of development that began with the pontificate of Boniface VIII. It is evident from the inventory of the papal treasures of 1295 that the tiara at that era had still only one royal circlet. A change, however, was soon to appear. During the pontificate of Boniface VIII a second crown was added to the former one. Three statues of the pope which were made during his lifetime and under his eyes, and of which two were ordered by Boniface himself, leave no doubt as to this. Two of these statues are in the crypt of St. Peter's, and the third, generally called erroneously a statue of Nicholas IV, is in the Church of the Lateran. In all three the tiara has two crowns. What led Boniface VIII to make this change, whether merely love of pomp, or whether he desired to express by the tiara with two crowns his opinions concerning the double papal authority, cannot be determined. The first notice of three crowns is contained in an inventory of the papal treasure of the year 1315 or 1316. As to the tombs of the popes, the monument of Benedict XI (d. 1304) at Perugia shows a tiara of the early kind; the grave and statue of Clement V as Uzeste in the Gironde were mutilated by the Calvinists, so that nothing can be learned from them regarding the form of the tiara. The statue upon the tomb of John XXII is adorned with a tiara having two crowns. The earliest representation of a tiara with three crowns, therefore, is offered by the effigy of Benedict XII (d. 1342), the remains of which are preserved in the museum at Avignon. The tiara with three crowns is, consequently, the rule upon the monuments from the second half of the fourteenth century, even though, as an anachronism, there are isolated instances of the tiara with one crown up into the fifteenth century. Since the fifteenth century the tiara has received no changes worthy of note. Costly tiaras were made especially in the pontificates of Paul II (d. 1464), Sixtus IV (d. 1484), and above all in the pontificate of Julius II, who had a tiara valued at 200,000 ducats, made by the jeweller Caradosso of Milan.
Various hypotheses, some very singular, have been proposed as to the origin of the papal head-covering, the discussion of which here is unnecessary. The earliest name of the papal cap, camelaucum, as well as the Donation of Constantine, clearly point to the Byzantine East; it is hardly to be doubted that the model from which the papal cap was taken is to be found in the camelaucum of the Byzantine court dress. The adoption by the popes of the camelaucum as an ornament for the head in the seventh or at the latest in the eighth century is sufficiently explained by the important position which they had attained just at this period in Italy and chiefly at Rome; though they could not assume a crown, as they were not sovereign, they could wear a camelaucum, which was worn by the dignitaries of the Byzantine Empire.
Publication informationWritten by Joseph Braun. Transcribed by Tim Drake.
The Catholic Encyclopedia, Volume XIV. Published 1912. New York: Robert Appleton Company. Nihil Obstat, July 1, 1912. Remy Lafort, S.T.D., Censor. Imprimatur

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OUR LADY OF FATIMA PRAY FOR US!

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PRAY FOR THE HOLY FATHER! PRAY FOR THE CONSECRATION OF RUSSIA TO THE IMMACULATE HEART OF MARY!

Sunday, December 26, 2010

¿Hay un Dios?

Nadie puede probarte la existencia de Dios de una manera matemática. Sin
embargo podrás estar seguro de su existencia:


Existe un gran número de buenos argumentos racionales de la existencia de Dios que estaremos tocando más adelante.

Si no quieres cree en Dios, jamás lo harás. Sin embargo tus propios argumentos para no creer en Dios serán debatibles.

No puede haber una comprobación científica simplemente porque Dios no pertenece al mundo físico o material; él es espiritual einfinito. El hombre utiliza la ciencia (con su Método Científico) para observar los
fenómenos naturales en nuestro universo y luego, aplicando la razón y la lógica, tratar de explicarlos y controlarlos. No podemos definir a Dios como parte de nuestro universo porque no está compuesto de materia; tampoco como parte del tiempo pues es eterno. Esto lo explicaremos más adelante.

Los eventos de nuestro mundo no pueden ser corroborados con un 100% de certeza. Un ejemplo lo es el Programa Espacial norteamericano. Volúmenes enteros han sido publicados sobre la teoría de una posible falsificación de los hechos de parte del gobierno, mostrando eventos que sólo ocurrieron en escenarios preparados.

Todo lo que necesitamos es llevar el nivel o estándar de la comprobación lo suficientemente elevado para que nada pueda ser probado. Probar algo con certeza es un asunto ilusorio. Como los antiguos griegos descubrieron, uno de ellos Euclides, toda comprobación tiene que confiar por lo menos en algunos supuestos, llamados postulados, que no “necesitan” ser probados, que son dados por sentados, que se aceptan sin discusión. Así que una persona que busque una prueba irrefutable de algo está condenada al fracaso.

En nuestro mundo real basamos nuestras vidas y todas nuestras acciones en probabilidades, no en hechos comprobados. El sol probablemente saldrá hoy, así que nos levantamos de la cama. Probablemente no moriremos en un accidente automovilístico por la mañana, así que salimos a trabajar. El alimento del restaurante probablemente no ha sido envenenado,
accidentalmente o por un homicida desequilibrado, así que comemos. Y así
sucesivamente.

Como la existencia de Dios es imposible de “probar”, cualquier grado de
certidumbre de su existencia tiene que salir de nuestro interior, de nuestro corazón, porque es el espíritu de Dios al que estamos tratando de encontrar. La paradoja es, que sólo encontrarás la fe si Dios te da la gracia para ello.

Tu felicidad no depende sólo de cosas materiales, como juguetes y artefactos; más bien depende de cosas espirituales como el amor y un sentido de realización. La fe en Dios, que es espiritual, tiene la capacidad de hacerte feliz ahora y por toda la eternidad.

Un hombre de fe sabe por qué cree. No es por razones egoístas o porque quiere la salvación a como dé lugar. Sino porque sabe que es verdadera criatura de Dios y le busca naturalmente y le conoce como sólo un hijo puede conocer a su progenitor. Dios completa nuestra existencia solitaria. Nos da un
sentimiento de llegada a casa. Dios es nuestra certeza más allá de toda corroboración de su existencia. Dios nos regala la fe. Nuestra fe es el resultado de haber aceptado el regalo de la gracia divina.







Aún así hay argumentos muy persuasivos
de su existencia que recogeremos más adelante.

Ahora les quiero relatar una experiencia
personal que recuerdo como si hubiera ocurrido ayer.




"Estoy muy seguro de que hay un Cielo y mi abuelo está en él.

Me explico:

Cuando era pequeño mi madre daba clases de piano para complementar los
exiguos ingresos de nuestro hogar. El piano era tan viejo y destartalado
que no podía ser afinado y tenía varias teclas que ni siquiera
funcionaban. No podíamos costear uno mejor.

Para ese tiempo mi abuelo, Joseph Weber, vino a pasar los últimos meses
de su vida con nosotros. Yo no conocía su padecimiento, pero estaba muy
enfermo y nunca se levantaba de su cama. Desde allí escuchaba a mi madre
quejarse de lo difícil que le era dar clases con nuestro viejo piano.
Poco antes de morir Abuelo le dijo a mi madre que no se preocupara que
en cuanto llegara al cielo le iba a enviar uno nuevo. Ella le confesó
que había ahorrado toda su vida y sólo había conseguido acumular $50.00,
lo cual no era suficiente para comprar un piano. Abuelo le repitió que
se lo enviaría directamente del cielo.

Días después de la muerte de Abuelo, Mamá recibió una llamada telefónica
de alguien que se mudaba del pueblo. Tenían un piano de cola, casi
nuevo, al que no le habían dado mucho uso y no querían llevarlo con
ellos. Se habían enterado que ella era maestra de piano y querían saber
si lo interesaba comprar, ¡por $50.00!

Sólo hasta que se instaló el piano en nuestro recibidor y Mamá se sentó
a tocar supimos la marca del piano; escrita en letras doradas sobre el
teclado. Era un fabricante poco conocido, el único piano de esa marca
que he visto en mi vida. Mamá quedó pasmada y mirando las letras
irrumpió en sollozos: la marca del piano era WEBER.

Así que por eso sé que Abuelo está en el cielo; y sé por qué regresé a
Dios después de una prolongada separación."


Garrett Toren, Editor

(Si estás pensando que esta coincidencia sobre un piano no es razón
suficiente para tener fe, recuerda que este incidente hizo que abriera
mi corazón a la posibilidad de la existencia de Dios después de una
larga y firme negación. Mi fe es un regalo de Dios.)











Casi una prueba, contestando a una pregunta de un lector:


“Debe haber un argumento para la existencia de Dios que mi razón pueda comprender. No está en mi naturaleza aceptar las cosas sólo por fe.”


Hay dos cuestiones que debemos atender. ¿Hay un Dios? Y si es así, ¿es
un Dios personal, que está interesado en nosotros ahora y después de la
muerte? ¿O él solo nos deja vivir y que nos apaguemos como un haz de
luz; que vivamos como una lagartija o un árbol, para luego desaparecer?

Doy por sentado que estás aferrado a la idea de que el universo ha
comenzado su existencia por su propia iniciativa.

Te invito a salir afuera en una noche estrellada. Mira al cielo. Cada
uno de esos pequeños puntos luminosos es un sistema planetario con un
sol mayor que el nuestro. ¡Hay billones y billones de estrellas y aun
galaxias sólo visibles con poderosos telescopios y muchas más invisibles
aún para ellos!

¿Creaste tú esas estrellas? ¿Se crearon ellas solas? Toma una roca del
suelo; éste es el material del cual muchos de esos planetas están
hechos. ¿Te parece que esta roca se pudo hacer ella misma? ¡Las que
están en mi patio no me parecen suficientemente inteligentes para
haberlo hecho!

Pero insistes, ¿qué si pre-existieron cosas que provocaran la existencia
del universo espontáneamente, y que pudieran ser tan grandes e
inteligentes como para hacerle evolucionar hacia algo tan inmenso y
ordenado y hermoso, y con inteligencia y con amor y con todo? Ah, has
dado con la definición de Dios, ¿te das cuenta? No te ha sido tan
difícil descubrirle después de todo.



De igual forma Dios no podría tener la misma naturaleza que el resto
del universo como le conocemos. Si fuera esto así, nuestro argumento se
convertiría en un círculo cerrado y tendríamos que buscar un primer
comienzo. Nuestro lenguaje no tiene palabras claras para describir la
naturaleza de Dios y volvemos a caer en lo de “espiritual”. Con esto
queremos indicar que él es diferente a las cosas que conocemos
directamente y que - a diferencia de nuestro mundo que es temporero y
cambiante - él tiene la tiene la característica de ser eterno.
Lógicamente él tiene que ser eterno. Es la única manera en que pudo
crear nuestro universo.

Pero el mejor argumento es éste:

Presupón que Dios no existe: entonces este mundo temporal y la felicidad
fugaz en él se tornan sumamente importantes. Porque sería todo lo que
disfrutaríamos. Parecería entonces una verdadera tragedia que alguien no
alcanzara una larga vida plena de felicidad aquí. La muerte de un
infante o la apesadumbrada vida de una persona en un país del tercer
mundo sería una tragedia inimaginable que nada podría mitigar.

Si has visto la muerte de tu propio nieto en un accidente de auto, o has
viajado a países pobres viendo a seres humanos morir lentamente de
inanición, tu propio sentido de justicia te diría que debe existir otro
lugar diferente a este valle de lágrimas en que nos movemos cada día. No
es justo que la única vida que una niñita conoce se le arrebate casi al
momento de comenzar, en una agonía cruenta. No es justo que millones
nazcan a una vida con circunstancias que no pueden controlar y que les
condenan a sufrimientos inimaginables cada día de sus vidas.

¿Estamos listos para afirmar que este hermoso universo, tan
increíblemente ordenado, es también perversamente injusto? Eso nos haría
partícipes de una inmensa burla cósmica. Eso no es aceptable.

Nuestro sentido de justicia demanda que estos errores sean corregidos.
¿Por quién? No por nosotros; sería imposible: sólo un Ser Supremo
podría hacerlo.

Tenemos una conciencia que nos ayuda a conocer lo bueno de lo malo. Sin
embargo en este mundo nuestro, las personas que no siguen las guías de
la moral y asesinan y engañan y roban y mienten y son egoístas y
malvados, muchas veces son los más exitosos. Las personas honestas,
buenas, que viven sus vidas calladamente, con amor y caridad, muchas
veces sufren de terribles enfermedades, o pierden a sus seres queridos,
o caen en la miseria mas atroz. Nuestro sentido de justicia nos dice que
habrá, tiene que haber, un momento futuro de rendir cuentas, cuando las
desigualdades e injusticias de este mundo se resuelvan. Pero sin Dios,
sin justicia divina, esto será imposible.

Algunos lectores preguntan ¿cómo puede Dios existir si permite que niñas
inocentes sean violadas y asesinadas? Nosotros preguntamos, ¿cómo podría no existir un Dios en un mundo en el cual esto ocurre? Es sólo la
justicia divina la que puede rectificar estos males. Es sólo un Dios
infinitamente poderoso el que puede sacar bien de este mal
indescriptible.

(Los cristianos sabemos que cada pequeño que muere injustamente ha
obtenido su boleto de salvación gratuito. Entra directo a la presencia de
Dios y será feliz por toda la eternidad.)

Ahora llegamos a la cuestión más importante: nuestra relación con ese
Dios que hemos propuesto. Considera estas dos alternativas:

La primera: él no tiene interés alguno en lo que hacemos y nos
descartará el mismo instante que nuestras vidas concluyan. O él puede no ser
siquiera una persona, y no sería capaz de pensar en nosotros. De
cualquier modo, el sentido común nos diría que nuestras vidas,
esencialmente no valdrían nada y no tendrían razón de ser alguna. No habría
consecuencia alguna de nuestras actuaciones excepto nuestra
gratificación personal aquí y ahora. No habría justicia divina. (¡Esto
es inadmisible!)

La segunda alternativa: él seria una persona interesada en nosotros y en
cómo llevamos nuestra existencia. Si esto fuese cierto, él se aseguraría
que tuviéramos un instinto natural que nos guiase en nuestra vida, él se
presentaría personalmente aquí en la tierra y nos diría lo que espera de
nosotros. Si fuéramos afortunados él haría todas estas cosas por
nosotros.

¿Queremos instintivamente evitar ser perversos, no golpear a gatitos o a
niños pequeños? ¡Por supuesto! Llamamos a este instinto natural nuestra
conciencia. Es la manera en que sabemos que Dios es persona y está
interesado en nosotros. (Aunque también podríamos ignorar nuestra
conciencia, muy fácilmente, racionalizando nuestras malas acciones en
gran medida.)

¿Hizo Dios su aparición sobre la tierra para darnos los detalles él
mismo? Yo lo hubiera hecho si fuera él. Durante su visita nos diría lo
que espera de nosotros; nos daría una serie de reglas para seguir en
nuestras vidas. Podríamos esperar que estas reglas estuvieran en
completo acuerdo con nuestras conciencias. ¿Ocurrió esta visita en algún
momento?

Así fue que ocurrió. Las palabras de Jesús, plasmadas en los Evangelios,
están en completo acuerdo con la conciencia de cada persona de buena
voluntad; así ha sido por dos mil años. . Esta es la manera en que sabemos que Dios es persona y está interesado en nosotros.

Pero recuerda que la religión, aun para católicos como yo, no debe ser
algo complicado. Es sencillamente cuestión de amar y perdonar. El resto
de los detalles importantes va surgiendo paulatinamente.





“Sólo porque no hayamos descubierto una solución natural a la cuestión
de cómo el universo comenzó a existir no quiere decir que algún día no
ha de ser descubierta. Otros eventos aparentemente sobrenaturales en
tiempos remotos, como los volcanes y los terremotos, fueron luego
explicados científicamente.”




Entiendo que estás contando con que en algún momento se encontrará la
respuesta al origen del universo. Pero eres víctima de tu propia lógica. Rechazas una solución perfectamente normal que ha satisfecho durante
siglos a millones de hombres altamente inteligentes por el mero hecho de que de que no se ha “comprobado” todavía. Y no podemos pasar por alto
que aceptas una nada abismal que ni siquiera puedes imaginar.

Tu noción del originador del universo es insatisfactoria. Necesita
enmarcarse en el requisito de que su naturaleza difiera de la naturaleza física del universo. De otro modo el argumento de la “causa primera’ se
le aplicaría necesariamente. Además, al igual que Dios, necesitaría existir fuera del tiempo para poder ser responsable de haber echado a correr el tiempo. Tendría, además, que dar cuenta del amor, del odio, del
heroísmo, del disfrute de la belleza, de la conciencia y de infinidad de cosas que encontramos dentro de nosotros, inexistentes en la naturaleza. Cuando todo se ha dicho y hecho, podríamos llamar a este ente eterno
Dios y darle conclusión al asunto.

Así como hay miles de explicaciones científicas que no se han dado para
explicar los fenómenos naturales, sabemos que en su momento Dios te dará la gracia de reconocerle en esos mismos acontecimientos. No puedes
pensar que esto no ha de ocurrir porque todavía no ha pasado. Ocurrirá, a menos que le cierres férreamente tu corazón a Dios.

Como nota al calce: Si Dios realmente existe no necesitamos
corroboración científica alguna para descubrirle. Billones de seres han nacido antes de que ninguna evidencia científica fuese considerada. Ellos fueron sus criaturas también, y estuvieron capacitados para
encontrar el camino hacia él. Si Dios existe, él se tiene que asegurar de haber dejado en nosotros la capacidad de reconocerle como nuestro
Creador y Padre. Todos tenemos esta capacidad, no sólo los graduados de universidad.

[Traducido al español por Fernando O. Rivera]





Si entiendes que quieres creer en Dios y habiendo considerado todos los argumentos anteriores todavía estás indeciso, tendrás que hacer algo quete va a parecer muy extraño.

Tendrás que convencerte de que la fe es un regalo de Dios, el mismo Dios de cuya existencia dudas. Y tendrás que hacerlo pidiéndole la fe a Él mismo.

Como con cualquier regalo, no lo podrás exigir. Como con otros muchos regalos, pensarás que no lo necesitas, que hasta el momento te las has arreglado sin él. Pero es un magnífico regalo que te traerá comodidad felicidad en este mundo, y te enviará directamente a una eternidad de felicidad en el otro.

Sin embargo, tendrás que pedirlo tú mismo. No de un modo ofensivo, sinon la manera que se pide una dádiva de gran valor. Marcha a la casa del dueño, del dador, con el sombrero en la mano, como decimos, humildemente. Entra al templo y arrodíllate. Cuéntale a Dios de tu viday de tus problemas. Sólo tienes que confiar en mi palabra de que te va escuchar. Pregúntale de corazón si de verdad Él existe. Quizás no enseguida; ni siquiera luego, sino hasta el momento de tu muerte. En su momento, Él te dará el regalo de tu fe: el regalo más preciado que todo el oro del mundo.

Las cosas buenas que nos llegan del infinito amor de Dios por nosotros las llamamos gracia. Su gracia es eso, gratis, gratuita para el que la quiera aceptar. Podemos rechazar su regalo si es nuestro deseo. Pero escoló con su gracia que alcanzaremos la vida, la felicidad, eterna.




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  • ¿Los “Milagros” de la Biblia, están supuestos a hacerme cree?

    Claro que no. La fe viene de adentro de nosotros, por la gracia de Dios, desde nuestra conciencia. Es nuestra conciencia la que nos incita a creer que este mensaje de Cristo, este comienzo del amor y el perdón, es la verdad. Nuestra conciencia nos dice que no hay otra manera racional de vivir nuestra vida y ser feliz. Nuestra conciencia nos dice clara y enfáticamente que Cristo es el Camino, el único camino. Esa es la razón de nuestra fe.

    Los Milagros descritos en los Evangelios no están ahí para hacernos creer que Él es Dios. Están para convencer a sus discípulos que le acompañaron y los cronistas de su vida. Ellos necesitaban creer con certeza y rapidez, para así poder pasar su Mensaje a las futuras generaciones. Así que nosotros no tenemos fe por sus milagros, todo lo contrario, entendemos que esos milagros pudieron haber ocurrido a causa de nuestra fe de que Él era Dios.

    ¿Pero, qué si estamos equivocados y verdaderamente Dios no existe?

    Si ocurriera que todo esto sólo ha sido un cuento de hadas y que te apagas como un cirio al morir, nunca lo sabrías. No hay penalidad por creer en cosas incorrectas durante toda tu vida. De hecho, los sicólogos nos dicen que una fuerte dosis de fe en Dios y llevar una vida recta es la mejor manera de alcanzar la felicidad aquí en la tierra, independientemente de lo que suceda después de la muerte. Éste sería un caso de ganancia total (“win-win”).

    Pongámoslo de otro modo. Supón que decides que no vas a creer y que vas a llevar una vida de inmoralidades, mueres y estás equivocado y ¡sí hay un Dios! Entonces, come dicen por ahí: ¡se te salieron las cabras del corral; se te acabó el evento! Además de que tu vida aquí en la tierra será--con toda probabilidad--la más triste inimaginable. Éste sería un caso de pérdida total (“lose-lose”).

    No te estamos pidiendo que “pretendas” creer en Dios. Lo que intentamos hacerte entender es que éste puedes ser el mejor momento para que abras tu mente a la posibilidad de su existencia, y para que le pidas que te conceda la gracia de alcanzar la fe en Él.



    "Soy un ateo tratando de encontrar en qué creer. ¿Los ateos, vamos al infierno?"


    No debes confundir ser ateo con ser agnóstico. Éste ultimo mira a su alrededor y se dice: “Bien, admito que alguien o algo hizo este inmenso y maravilloso universo, pero no sé quién o qué.

    Quizá él o ella se me revelará en algún momento. Esperaré hasta que Él lo haga, o quizás yo mismo investigue y trate de entender este asunto.

    El agnóstico típico cree que como existen tantas religiones y sectas, y no todas pueden estar en la verdad, sería inútil tratar de distinguir unas de otras para escoger la “verdadera”.

    Todo esto es comprensible. Eventualmente encontrarás a Dios.

    El ateo es el que dice: “Dios no existe. Puedo ver que soy el ser viviente superior a los otros que existen sobre la tierra, soy el amo de todo lo que me rodea. Conduciré mi existencia de acuerdo a mis propios designios; no quiero creer que existe algo más allá del sepulcro; no deseo compartir mi eternidad con ningún ente llamado Dios aun cuando Él exista.

    ¡Esto es terriblemente serio! Esto te conseguirá lo que pretendes, ¡una eternidad en el infierno! Pero sé que lo que eres es un agnóstico. Si fueras ateo no creerías en el infierno y no te preocuparías por él (¡te llegaría como una terrible y total sorpresa!).







    "¿Por qué hay ateos, si la creencia en Dios es parte integral de quienes somos?"

    Existen cuatro razones para ello.

    Primera, muchos argumentan que como el mundo es un total desastre, no puede haber un Dios actuando sobre él y esto, para ellos, significa la inexistencia de Dios.

    Si este mundo fuese todo lo que hay para nosotros, este sería un argumento válido. Y para el ateo hace buen sentido. Pero si somos hijos eternos de Dios e intentamos vivir nuestras vidas de manera que nos gane felicidad eterna e infinita, los enredos de este mundo no tienen sentido alguno. Todo lo que importa es que amemos y brindemos nuestra ayuda a los menos afortunados. Nada ni nadie puede impedirnos hacer el bien.

    Segunda, algunos otros dicen que sería una enorme coincidencia si la religión en la que han nacido fuese la verdadera, y como no pueden saber cuál es la verdadera, ignorarán todo el asunto.

    Si lo piensas bien, no puede haber más de un Ser Supremo, sólo por definición. Así que, ¿por qué existen tantas religiones diferentes? Es sencillamente, porque la humanidad estuvo dispersa por la tierra en regiones separadas y sin comunicarse por un enorme período de tiempo de su historia. Ciertamente que Dios pudo haber elegido presentarse a cada pequeño grupo pero no lo hizo así. Lo que hizo fue darles lo que a todos, una conciencia igual para que reconociesen la verdad al momento de escucharla.

    ¿Hay una religión verdadera? Claro que sí, ¿cómo podría ser de otra manera? Dios, por definición es perfecto, no puede darnos mensajes divergentes sobre cómo llevar a cabo nuestra vida. Esto sería una broma muy pobre. La única Verdad con certeza incluirá que los hombres somos amados en nuestra condición de hijos suyos, y que nos dará la oportunidad a cada uno de nosotros, en algún momento de nuestras vidas, de hacer las cosas y tomar las decisiones necesarias para pasar con Él la eternidad completamente felices.

    Para algunos, probablemente alguien nacido en la India del siglo XII, estas cosas y decisiones incluirán cumplir lo mejor que puedan con sus conciencias, obedecer los preceptos de la religión en la que nacieron y, por un milagro que no podemos imaginar, aceptar la Verdad de Dios mismo, en el instante intemporal antes de morir. No podemos siquiera adivinar cómo Dios llevará a cabo esta proeza. Pero siendo misericordioso y amoroso al extremo, Él se encargará de hacerlo. Sabemos que esas personas han sido provistas de las herramientas necesarias para su salvación. Él ama a todos sus hijos.

    Así que la excusa de “son muchas religiones” es una excusa barata. Cumple bien con la religión en que has nacido, y ama a Dios y a tu prójimo como a ti mismo. Si no profesas ninguna fe mira detenidamente hacia el Cristianismo, especialmente hacia la Iglesia Católica. Jesús enseñó lo que tú ya sabes en el interior de tu corazón y de tu conciencia es la verdad.

    Tercera, muchas personas poseen tanta arrogancia y altivez que se les hace muy difícil aceptar autoridad alguna superior a la de ellos mismos.

    Estos son los mismos que se meten en problemas en aceptar la autoridad de donde quiera que venga: de sus padres, de sus maestros o de sus sargentos de pelotón. Ellos se abren paso por la vida a empellones, con mucha infelicidad y nada los puede sacar de la idea de que son el centro del universo.

    Cuarta, aún hay otros que se sienten muy bien de no tener que asistir a la iglesita cada semana y no quieren apartarse ni un instante de los placeres de la carne.

    Estos saben muy bien que admitir de la existencia de Dios, que les exige cierto comportamiento, les va a ocasionar inconvenientes y no les dará el placer inmediato que desean. Así que vuelven el rostro hacia el otro lado demandando las pruebas de su existencia, que muy bien saben nunca les serán dadas a su entera satisfacción.







    Tengo 76 años y estoy cada día mas confundido sobre mi situación. Siento que me sería más fácil ir por la vida creyendo en Dios. No he decidido no creer; Dios sabe que le he estado buscando toda mi vida. Me he puesto de rodillas ante Él, sollozando, rogándole que me mostrara el camino, pero jamás he sentido que me haya escuchado.

    Te escucha muy bien. Quizás seas tú el que no le hayas estado escuchando a Él.

    Todo este mundo, tu vida toda, es una gran orquesta de los sonidos, las imágenes y la belleza de Dios. Escucha y mira. Él está en la risa de los chicos jugando al otro lado de tu ventana. Él está en las rosas de tu jardín y en la majestuosa belleza de un cielo estrellado. Y más que todo eso, Él está dentro de ti mismo desde el momento de tu nacimiento, señalándote las cosas que hacías mal y las que hacías correctamente.

    ¿Has tenido hijos? Puedo recordar cuando los míos eran pequeños. Un día estábamos en una caminata y quisimos cruzar una cañada. Había un cañería de agua de 18 pulgadas de diámetro que la cruzaba de orilla a orilla, fácil de pasar para mi. Pero mi hijo de cuatro años tenia miedo, y con razón. Le tomé ambas manos y lo cruce sin percance alguno. Él no dudó ni un instante, tenía absoluta y completa confianza en mí. Muchas veces medito en esa experiencia.

    Éste es el momento en que debes convertirte en niño otra vez, y apartar de ti toda argumentación y todas tus dudas. Dios es tu Padre y debes confiar plenamente en Él. Pon tu vida en sus manos y deja que te conduzca hacia la eterna felicidad.

    No le pidas señales prodigiosas ni milagros. En este mundo estamos por cuenta propia y la voz de nuestra conciencia es la única que Dios utiliza para comunicarse con nosotros. Lo que nos pide es extremadamente sencillo. Haz lo mejor que puedas por llevar a otros la felicidad. Ni siquiera pienses en tu propia felicidad; Dios cuidará de ella en su momento. Confía plenamente en Él.

    Trata a cada día como otro milagro de su creación en el que te da la oportunidad de crecer y madurar. No rehuyas las decisiones difíciles. Haz lo que otros te pidan. Comparte tu alimento y tu techo con los menos afortunados. Muéstrate alegre aun cuando la enfermedad te cause un dolor intenso. Nunca reniegues de Dios en tus desgracias, muéstrale gratitud constantemente por tu vida y por tu fe. Sólo pide su gracia y la fe que necesitas. Pronto Él estará orgulloso de llamarte hijo suyo por toda la eternidad.


    ¿Si Dios ya sabe lo que vamos a hacer, y si vamos para el Cielo o para el
    Infierno, ¿cómo podemos disfrutar nuestro libre albedrío?



    Supón que no existiese alguien como Dios, de manera que nadie supiera el resultado de nuestras acciones o de nuestras vidas. Nuestro libre albedrío es entonces más palpable ya que podemos hacer lo que nos salga en ganas. Supón ahora que uno de nuestros científicos construye la máquina del tiempo y que la gente pueda viajar al pasado y observar lo que allá ocurre. Tendrían que ser invisibles y no tendrían la capacidad de cambiar nada, claro está, porque lo que sucede allá es parte de la historia y no puede ser cambiado. Sólo serían observadores completamente secretos.

    Pero si los observadores fueran estudiosos de la Historia o poseyesen el diario de alguien de la época, sabrían de antemano lo que esa persona va a hacer, así como Dios sabe de nosotros. ¿Significaría eso que la persona observada no tuvo libertad de acción, que de alguna manera estaba obligado a comportarse de la manera que lo hizo? No; nuestra hipótesis original es que cada uno tuvo libertad de acción. El hecho de que alguien tuviera conocimiento previo de sus acciones en nada confligía con su libertad para escoger lo que quiso.

    De igual modo opera Dios.

    Más sencillo es entender que Dios es todo-conocedor y todopoderoso. Pero aun siendo así, Él pudo hacer que los eventos futuros no ejercieran influencia en tu libertad. En sus Evangelios Jesús nos enseña que “para Dios todo es posible; cosas que para los hombres parecen imposibles para Dios no lo son”. No importa que no comprendamos como Él lo hace. Siendo Él todopoderoso, lo que necesitamos saber es que lo puede hacer.






    "Si Dios lo creó todo, ¿quién creó a Dios?"

    Si te pudiera decir quién creó a Dios, entonces desearías saber quién había creado a ese ser anterior a Dios. No importa cuántas veces identificara ese creador previo, tú siempre querrías saber quién lo creó. Por lo tanto tienes que salirte de esa línea de razonamiento.

    Lógicamente, la única manera posible de salir de ese dilema interminable es dar por sentado que a quien quiera que llamemos Dios es Él, el primero y el único ser que no necesitó ser creado, que simplemente, ha existido siempre, por toda la eternidad.

    Nunca ha habido un momento en que Dios no existió.

    De hecho, ésta es la respuesta que Dios siempre ofrece; cuando se le pregunta su nombre en el Antiguo Testamento responde llanamente: “Yo soy”. Él es el que es, ahora y siempre, por los siglos de los siglos, sin principio ni fin.

    Nuestro dilema es que vivimos en un mundo material, rodeado de cosas materiales y medimos el tiempo por al cambio que sufren esas cosas. Dios no es material, es espiritual. No sigue nuestras “reglas”. No existe en el “tiempo”. Si continuas tratando de encajonarlo en las leyes físicas de tu mundo estarás chocando contra un muro sólido e impenetrable.



    "¿Por qué Dios permite la existencia del mal?"


    El mal no es una cosa, no tiene existencia propia. Es el modo que describimos a alguien que tiene libre albedrío y lo utiliza para decidir apartarse de Dios y hacerles daño a otras personas, o que tiene tanta soberbia que piensa que está por encima de Dios y puede él mismo dar la definición del bien y del mal.

    El libre albedrío nos capacita para tomar nuestras propias decisiones morales sin la intervención de Dios o de cualquiera otro. Podemos dar puntapiés a los gatitos, podemos mentir, podemos ser holgazanes, podemos maltratar a nuestros progenitores, y Dios lo permite. Podemos prosperar como consecuencia de nuestra maldad, vivir en mansiones y ser conducidos en coches lujosos.

    Dios puede, lo hace constantemente, sacar bien del mal. Sin los Nazis durante la Segunda Guerra Mundial, ¿cómo hubiesen podido surgir los miles de grandes héroes, ocultando y protegiendo a católicos y judíos con riesgo de sus propias vidas, rehusando ajusticiar a otros aun bajo las órdenes de sus gobernantes, ayudando a sus compañeros de cautiverio a permanecer gozosos al enfrentar la tortura y la muerte? Sin personas malvadas el mundo no nos ofrecería la oportunidad para los actos heroicos. Es de gran beneficio moral perdonar al que nos ocasiona daño, devolverle bondad y ayuda a cambio de su odio y abusos. ¿Cómo podría ser esto posible sin gentes malvadas? Sin ellos no tendríamos oportunidad alguna de hacer el bien.

    Otra razón por la que Dios no destruye a los malvados es que Él les da la oportunidad de actuar con voluntad propia y completa libertad, para que puedan escoger en algún momento, aun el instante mismo de sus propias muertes, a renunciar a sus malignas actuaciones y a entregarse a Él de corazón. Sabemos que Dios está siempre animándoles a convertirse a Él, porque nunca ha dejado de amarles.

    Es una cosa loable el orar siempre por las personas y por los ángeles que tomaron las decisiones incorrectas. Dios siempre ama a sus hijos, no importa las barbaridades que cometan. Él siempre escucha nuestras oraciones por nuestros enemigos y se alegra de que así lo hagamos, pues Él también les ama. Todos los padres siempre aman a sus hijos, no importa cuán malos sean. Cuando les castigan, a ellos les duele más.


    [Traducido al español por Fernando O. Rivera]



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